viernes, 18 de agosto de 2023

DISCUSIONES QUE PARECÍAN SALDADAS

 

Cuando un político pierde las elecciones, dice frases del tipo: “hemos escuchado el mensaje de las urnas”, etc. Está bien, ellos son políticos y están obligados a expresarse así.

Pero yo no soy político y puedo decir lo que se me canta el orto: el argentino es un electorado analfabeto y amnésico, los de arriba y los de abajo.

Los de arriba votando a macri en el 2015, a sabiendas que iba a ser mierda el país, que iba a volver al FMI que Néstor nos había sacado de encima y que iba a dejar un endeudamiento bestial, que es la causa de todos los males que siguieron.

Los de abajo votando hoy a un desquiciado ignorante que quiere destruir todo.

Ya son 40 años eligiendo y alguna vez hay que hablar de la responsabilidad del electorado. ¿Cuarenta años de democracia al pedo? ¿No se aprende nada?

No es posible que permanentemente haya que volver sobre discusiones que parecían saldadas hace mucho:

-          Hay que financiar la educación pública

-          Hay que financiar la salud pública

-          Hay que financiar la ciencia y la técnica

-          El Estado debe estar presente e intervenir fuertemente en la economía

-          Los desaparecidos son 30.000

-          A la represión de Estado le dijimos Nunca Mas

-          La reforma laboral no sirve y no crea empleo.

-          YPF no se privatiza

-          Aerolíneas Argentinas no se privatiza

-          No hay que endeudarse con el FMI

-          No hay que endeudarse

-          Donde hay una necesidad hay un derecho

Imaginemos una pandemia con macri (no tenía ministerio de salud). Hubiera sido un desastre. Pero todavía sería peor si hubiera una nueva pandemia con el desquiciado ignorante.

Parece que hubiera una amnesia total de la pandemia, y que no se hubiera aprendido nada.

¿Se acuerdan de los pelotudos que se quedaban varados en no sé dónde y decían “donde está la Aerolínea de Bandera que no me viene a buscar”? ¿O de los que le exigían vacunas al Estado?

Tampoco se aprendió nada del 2001 y de sus 39 muertos, ya que muchos de sus responsables siguen siendo hoy figuras públicas con peso electoral.

Y en todos los desastres siempre aparece el Peronismo para sacar el país adelante.




GOLPE DE ESTADO (CUENTO)

 Eran las once de la noche del sábado y caminaba por Corrientes con Omar Varela.

-          Fue un día bravo, ¿eh?

Omar asintió con la cabeza.

Ser guardaespaldas del presidente no era muy placentero. Trabajábamos todo el día, todos los días. No había descanso posible. Debíamos vigilar todas y cada una de las actividades del presidente. Y en ocasiones en que éste hablaba en público, la tensión que se vivía era realmente insoportable. Teníamos que estar atentos durante horas y horas enteras, sospechando del menor movimiento de gente que se produjera. Y considerando la situación en que se encontraba el país, se debían tomar las máximas medidas de seguridad.

Caminar por Corrientes, mi calle favorita, me hacía olvidar un poco todos los problemas. El bullicio era increíble y eso me distraía un poco.

Estábamos a la altura del cine Gran Rex y la masa de gente que caminaba lentamente hacia muy difícil el paso. (Apurémonos o vamos a agarrar la salida de los cines, José, me había dicho Omar). Sabía que a él le molestaban las multitudes tanto como a mí, pero el hecho de estar rodeado de tanta gente y no tener la mano sudorosa acariciando el gatillo era realmente una novedad en nuestra vida.

Se veía gente de todo tipo y edad. Miré a la multitud distraídamente dejándome confundir por colores chillones, fragmentos de conversaciones y humo de cigarrillo, hasta que de repente me encontré con un par de ojos que me miraban fijamente. Pertenecían a un enorme negrazo, de anchísimos hombros, calvo, vestido estrafalariamente. Estábamos a unos metros de distancia y nos fuimos acercando muy lentamente. Su mirada estaba literalmente clavada en mí y experimenté una desagradable sensación. Iba a acompañado por un tipo bajo, pero corpulento, de pelo enrulado, que también miraba fijamente, por momentos a Omar y por momentos a mí.

Cuando estábamos frente a frente, fingí no darle importancia al asunto.

-          Permiso, dije, y seguí caminando, aunque todavía sintiendo esa insistente mirada en la nuca.

-          Negro de mierda, murmuré unos metros más adelante.

Omar asintió, dándome a entender que había notado la insolencia. Nos dimos vuelta, pero ya los dos tipos habían desaparecido, así que seguimos caminando y tratamos de olvidar el hecho.

No quería saber nada de peleas justo en mi día libre. En el cuerpo de guardaespaldas nos íbamos turnando el trabajo y solo daban franco de a dos personas por vez. Ese sábado nos tocaba a Omar y a mí y sentí un gran alivio cuando el jefe anunció - Varela y Aguado pueden volver el lunes a primera hora. En cuanto salimos de la Casa Rosada le propuse a Omar que camináramos un poco. Así que agarramos Paseo Colon y después subimos por Corrientes.

Ahora estábamos a la altura de Serafín y no habiendo probado bocado en más de diez horas estábamos muertos de hambre. Entramos y pedimos una grande de mozzarella y dos porrones.

No habían pasado diez minutos cuando el negrazo y su acompañante entraron en la pizzería. Ahora lo miré más detenidamente y me pareció más grande y corpulento que antes. Por supuesto no dejó de mirarme fijo un instante. Se sentó en una mesa frente a la nuestra y permaneció así, escrutándome durante algunos minutos que a mí me parecieron eternos. Su acompañante seguía con su política de alternar miradas irrespetuosas a Omar y a mí. Sentí un escalofrío por todo el cuerpo, pero esta vez decidí que no iba a bajar la vista. Dejé de comer y concentré todas mis fuerzas en mirar a los ojos de aquella mole. Tuve que hacer un gran esfuerzo para sostener esa mirada. Sin embargo, al negro parecía no costarle nada. Estaba tan nervioso que, al pararme, torpemente derramé la cerveza.

-          Esto es el colmo, le dije a Omar, y simultáneamente me dirigí a la mesa del negro.

-          ¿Qué mierda te pasa?, grité con furia.

Omar y algunas personas que habían seguido las acciones se acercaron para detenerme. Me agarraron entre varios y luché por zafarme.

-          ¿Qué querés, hijo de puta?, volví a gritar.

 

Mientras todo esto sucedía el negro ni se mosqueó. El seguía mirándome tranquilamente, insolentemente.

A los empujones Omar logró sacarme del lugar.

-          Tranquilizate, sabes que no nos conviene meternos en líos.

 

Tenía razón. ¿Por qué tenía que preocuparme por un tipo que no iba a ver nunca más en la vida? En las siguientes cuadras, me fui tranquilizando. Llegamos a Callao y Omar se despidió.

-          Nada de peleas, ¿eh?, me advirtió con un guiño mientras bajaba la escalera del subte.

 

Me quedé un rato parado en la esquina sin saber qué hacer. Todavía estaba muy nervioso y no tenía ganas de ir a acostarme. Sentí nuevamente la desagradable sensación de una insistente mirada en la nuca.

Me di vuelta y ¡Ahí estaban esos dos otra vez! ¡Me habían estado siguiendo!

Estaba desesperado y completamente fuera de mí, pero esta vez iba a llevar las cosas hasta las últimas consecuencias. Me dirigí con paso firme a la cortada Rauch, sabiendo que el negro y su amigo me iban a seguir. Estaba decidido a pelear hasta morir, aunque sentía miedo como nunca antes lo había sentido. Llegué hasta la mitad de la cortada y me quedé ahí esperando, apoyado contra un auto estacionado. El corazón me galopaba y estaba tremendamente nervioso.

No tardaron en aparecer por la esquina los dos tipos. Venían caminando muy lentamente y estaban como a cincuenta metros, pero ya sentía muy nítidamente la mirada del negro clavada en mis ojos.

Me paré de frente a ellos con las manos en jarra tratando de parecer seguro de mí mismo, pero no lo estaba. Mi orgullo me impedía salir corriendo hacia Corrientes y tomar el primer colectivo o taxi que apareciera. Sin embargo, sentí que cualquier intento de escapar seria vano, el negro parecía decirme con su mirada – Te voy a seguir a todos lados.

Llegaron hasta donde estaba yo y el negro se plantó adelante mío con su insistente mirada. El otro se quedó unos metros atrás echando sus clásicas miraditas.

-          ¿Qué querés, pregunté, tratando de rugir, pero mi voz era más parecida a un ruego?

Ninguno contestó. Simplemente me miraban.

Estaba indignadísimo y tenía que hacer algo así que escupí al negro en la cara.

Lo que siguió fue terrible y me es muy difícil describirlo. Apliqué todos los artificios que conocía de mi larga carrera como guardaespaldas, pero el negro también parecía ser un experto. Recuerdo que mientras él me deshacía a golpes, logré aplicarle un puñetazo en la nariz y una patada en los testículos, pero el negro parecía no sentir nada. El otro corría alrededor y se limitaba de vez en cuando a aplicarme alguna piña. Me corría sangre por todo el cuerpo y lo último que escuché antes de desmayarme fue la sirena de la policía.

 

Mis conexiones con la presidencia me permitieron salir de la cárcel a las pocas horas. Todavía estaba dolorido y un poco atontado, pero al salir y ver al negro entre rejas sentí un profundo placer.

-          Hacete el vivo ahora, infeliz, le espeté con una sonrisa socarrona.

 

Sin embargo, y a pesar de la aparente ventaja que yo tenía ahora sobre él, sentí que su mirada (permanentemente clavada sobre mi) me derretía. ¿Qué extraño poder tenía ese hombre sobre mí? Era algo que no podía entender.

Durante los días que siguieron no pude concentrarme en mi trabajo ni por un momento. Vivía nervioso, agitado, y no pasaba noche sin que me despertara sobresaltado a la madrugada, en medio de una pesadilla. A pesar de que desde aquel día no había tenido noticias del negro, esos ojos me perseguían hasta en sueños. Casi no dormía y no comía, y pronto esto se vio reflejado en mi salud y en mi aspecto. Profundas arrugas y ojeras surcaban mi rostro y me hacían parecer diez años más viejo. En el trabajo era cada vez más ineficiente y siempre que escuchaba la voz del jefe diciendo - ¡Muévase, Aguado!, odiaba el ser guardaespaldas un poco más. No veía la hora de que llegara nuevamente mi día de franco para poder reflexionar sobre lo que me estaba pasando.

Finalmente llego el sábado en que pude alejarme de todo aquel infierno. Decidí ir directamente a mi casa y acostarme. En unos pocos minutos caí en un profundo sueño.

El teléfono me despertó a las tres de la mañana. Me levanté maldiciendo y atendí. Era el jefe. Me decía que me presentara inmediatamente en la Casa Rosada. Tenía que reunir a todo el cuerpo de guardaespaldas y, según él, no podía hablar de los motivos por teléfono.

Hacía unos pocos minutos que había llegado a nuestro lugar de reunión cuando desde afuera se escuchó un infernal griterío y algunos disparos. Se trataba de lo que muchos de nosotros veníamos sospechando desde algún tiempo: un golpe de estado.

Las acciones fueron tan rápidas que no pudimos oponer ninguna resistencia. Un grupo de sujetos armados nos sacaron del lugar y nos introdujeron en un camión celular. Mientras salía alcancé a ver en un auto al cuerpo de guardaespaldas del nuevo presidente. Entre esos tipos había uno que se destacaba por su cuerpo enorme y su tez morena. Su mirada no se desvió de mí ni un segundo y la sentí muy claramente incluso después de que el celular se alejó algunas cuadras.

Bajé la cabeza resignado, incapaz de enfrentarme a aquel hombre. Algo adentro mío me decía que esos ojos me iban a seguir atormentando por el resto de mi vida.