martes, 1 de julio de 2025

ESCENAS INFANTILES (UN CUENTO DE CLAUDIO AMADEO VIGGIANO)

 

El restaurante estaba atestado de gente, y era muy ruidoso. Los mozos y las meseras no daban abasto llevando los pedidos. Era un ambiente muy familiar, los chicos, como es su costumbre, se levantaban de las mesas e iban de acá para allá. Nosotros estábamos en una mesa cerca al mostrador, donde se entregaban los platos.

En el mostrador el trabajo era doble, no solo recibían los pedidos de las mesas, sino los pedidos de las comidas para llevar. Los mozos se acercaban y decían en voz alta el pedido que les habían hecho. Y otro grupo de muchachos, en bicicleta o moto, retiraban los pedidos para llevar a domicilio. En definitiva, alrededor del mostrador era un caos.

Era un lugar donde se podían pedir cualquier tipo de comidas, pizza, pastas, asado, etc. También estaban los que pedían un simple café o una picada.

En una de esas a mi hermano se le ocurre imitar el tipo de pregón que veníamos escuchando:

 

-          Marche una milanesa, sale con fritas.

 

Mi hermano tenía ya una voz gruesa, podía imitar la de los mozos. Nos reímos, pero la cosa no quedo ahí, teníamos que ir por más.

Yo todavía tenía una vocecita más bien fina, pero podía imitar a las chicas meseras.

 

-          Salen ravioles con estofado

 

No sé si se llegó a escuchar bien, necesitábamos una posición más estratégica. Mientras mis padres y mis abuelos estaban entretenidos con su plato, buscamos un escondite al costado del mostrador.

 

-          Grande de muzzarella para llevar

-          Vermouth, sale con ingredientes

-          Bife de lomo con ensalada mixta.

-          Flan con crema y dulce de leche.

 

No podíamos parar, parecía muy divertido.

 

-          Porrón y dos gaseosas con hielo.

-          Dos ensaladas mixtas, una con oliva.

 

A medida que pasaba el tiempo, el restaurante se empezó a vaciar. Los clientes iban terminando su cena, pagaban y se retiraban.

Empezaron a aparecer sobre el mostrador platos que nadie había pedido y el dueño, que atendía la caja, los mozos y los cocineros, se miraban entre sí, extrañados. Ya no había tanto bullicio en el local.

 

-          Grande de fugazzeta, sale con 2 fainas.

-          Un matambrito con puré mixto.

 

Cuando nos dimos cuenta, el dueño estaba al lado nuestro, brazos en jarra, con cara de furia. Ya no era tan divertido. Corrimos hasta nuestra mesa, donde padres y abuelos estaban terminando el café.

Mi abuelo fue a hablar con el dueño, y no sé cómo, de alguna forma lo calmó. Creo que se conocían de antes, a lo mejor hubo alguna propina de por medio.

 

Volvimos en el auto, todos en silencio. Lo rompí yo, a mitad de camino, con una frase memorable:

 

-          Mamá, papá. Cuando sea grande, quiero ser mozo.