El
restaurante estaba atestado de gente, y era muy ruidoso. Los mozos y las
meseras no daban abasto llevando los pedidos. Era un ambiente muy familiar, los
chicos, como es su costumbre, se levantaban de las mesas e iban de acá para
allá. Nosotros estábamos en una mesa cerca al mostrador, donde se entregaban
los platos.
En
el mostrador el trabajo era doble, no solo recibían los pedidos de las mesas,
sino los pedidos de las comidas para llevar. Los mozos se acercaban y decían en
voz alta el pedido que les habían hecho. Y otro grupo de muchachos, en
bicicleta o moto, retiraban los pedidos para llevar a domicilio. En definitiva,
alrededor del mostrador era un caos.
Era
un lugar donde se podían pedir cualquier tipo de comidas, pizza, pastas, asado,
etc. También estaban los que pedían un simple café o una picada.
En
una de esas a mi hermano se le ocurre imitar el tipo de pregón que veníamos
escuchando:
-
Marche una
milanesa, sale con fritas.
Mi
hermano tenía ya una voz gruesa, podía imitar la de los mozos. Nos reímos, pero
la cosa no quedo ahí, teníamos que ir por más.
Yo
todavía tenía una vocecita más bien fina, pero podía imitar a las chicas
meseras.
-
Salen ravioles
con estofado
No
sé si se llegó a escuchar bien, necesitábamos una posición más estratégica.
Mientras mis padres y mis abuelos estaban entretenidos con su plato, buscamos
un escondite al costado del mostrador.
-
Grande de
muzzarella para llevar
-
Vermouth, sale
con ingredientes
-
Bife de lomo con
ensalada mixta.
-
Flan con crema y
dulce de leche.
No
podíamos parar, parecía muy divertido.
-
Porrón y dos
gaseosas con hielo.
-
Dos ensaladas
mixtas, una con oliva.
A
medida que pasaba el tiempo, el restaurante se empezó a vaciar. Los clientes iban
terminando su cena, pagaban y se retiraban.
Empezaron
a aparecer sobre el mostrador platos que nadie había pedido y el dueño, que atendía
la caja, los mozos y los cocineros, se miraban entre sí, extrañados. Ya no había
tanto bullicio en el local.
-
Grande de
fugazzeta, sale con 2 fainas.
-
Un matambrito con
puré mixto.
Cuando
nos dimos cuenta, el dueño estaba al lado nuestro, brazos en jarra, con cara de
furia. Ya no era tan divertido. Corrimos hasta nuestra mesa, donde padres y
abuelos estaban terminando el café.
Mi
abuelo fue a hablar con el dueño, y no sé cómo, de alguna forma lo calmó. Creo
que se conocían de antes, a lo mejor hubo alguna propina de por medio.
Volvimos
en el auto, todos en silencio. Lo rompí yo, a mitad de camino, con una frase memorable:
-
Mamá, papá. Cuando
sea grande, quiero ser mozo.
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