- Gracias estudios centrales. Estamos aquí, en la casa del poeta Ulises Aróstegui, para hacerle una entrevista exclusiva. ¿Cómo estas Ulises?
- Muy bien.
- Acabas de editar un libro.
- Así es, se trata de un libro de cuentos, en el que traté de cambiar un poco la temática que venía desarrollando, pero creo que a mis seguidores les va a gustar.
- Ya lo creo que sí, Ulises, me acaban de comentar a cinco días de su aparición, el libro vendió 50.000 copias. A propósito, ¿Qué nos podés comentar acerca de tu forma de trabajo?
- Mirá, te voy a contar algo increíble. Cada cuento de ese libro lo soñé. Es algo increíble, pero soñé cada palabra, una por una, a razón de un cuento por noche. No hago más que dormirme y una voz me empieza a recitar los cuentos. Es verdaderamente alucinante e incluso se sigue dando lo mismo cada noche con cuentos que aún no publiqué
Si, verdaderamente era increíble lo que me pasaba. Había despedido al periodista hacia algunos minutos y me preguntaba si algún televidente se había creído eso de los sueños. A decir verdad, ni yo mismo lo creía del todo, pero esa noche, como todas desde hacía un largo tiempo, la voz misteriosa me iba a dictar otro cuento, otro precioso cuento, otro cuento que se iba a traducir en dinero, ya que la gente parecía disfrutar mucho con mis sueños. Me estaba convirtiendo en un mercachifle de mi arte, pero el dinero me seducía y no iba a desaprovechar este regalo del cielo: cuentos que vendían bien. Por eso en cuanto me levantaba iba corriendo al escritorio y escribía palabra por palabra, antes de que me olvidara del sueño. En eso consistía toda mi creación artística: ¡un cuento por noche y a cobrar! Con estos pensamientos me fui a la cama dispuesto a pasar una plácida (y rendidora) noche.
Eran las tres de la mañana y mientras estacionaba el auto pensaba con malicia: ¿Qué hago despierto a esta hora?, así estoy perdiendo plata. Sucedía que la “cena íntima” que había tenido con Mónica se había prolongado demasiado. Para colmo la noche anterior no había dormido del todo bien (a pesar de que el cuento llego normalmente a mi cabeza), así que estaba agotado.
Al acercarme a mi casa note la presencia de un joven que parecía hacer guardia en la puerta. Era delgado, con anteojos, y de una calvicie incipiente, Estaba por abrir la puerta de mi casa cuando se dirigió a mí.
- ¿El señor Ulises Aróstegui?
- Si…
- Tengo que hablar con usted, es muy urgente.
- ¿Ahora?
- Si, si, es muy importante.
- Bueno, usted dirá.
- Le va a parecer increíble.
- Diga de una vez de que se trata.
Hizo una pausa. Me miró fijamente.
- Todos los cuentos que usted soñó, yo los había escrito antes.
En cuanto me pude deshacer de ese cargoso, entré a mi casa y me desplomé en la cama. Era lo único que me faltaba para terminar el día. Lo que dijo me había caído muy mal y reaccioné aireado, le dije que se retire y no me molestara más con sus historias fantásticas. Me costó convencerlo de que se fuera, y antes de irse me dejo su tarjeta, el cuento de la noche anterior escrito de su puño y letra (que todavía no había sido publicado) y una frase:
- Piénselo bien, mi carrera artística está en juego.
¿Podía ser posible? ¿Podía ser que su creación pasara a mis sueños de forma misteriosa? A mí me parecía imposible pero un terrible remordimiento se apoderó de mí. ¿Y si fuera cierto? ¿Y si yo me estaba llenando de plata a costa de ese pobre muchacho? Analicé fríamente la evidencia que me había dejado: el cuento era exactamente el mismo, palabra por palabra.
Esa noche dormí peor que la anterior, pero curiosamente, otra vez el cuento llegó a mí con claridad. Parecía ser que lo que yo creía un regalo del cielo era un vulgar atraco a un joven con verdadero talento pero que nunca iba a triunfar por causa mía: Ulises Aróstegui, el grande. Mi vida se convertía de pronto en una pesadilla, ya que a mi remordimiento se sumaba la persecución implacable de este joven.
Todas las noches lo encontraba en la puerta de mi casa, y sin decir palabra me daba un papel con el cuento soñado la noche anterior. Solo a veces me dirigía una frase como:
- Reflexione, por favor.
- Me estoy muriendo de hambre
- Necesito trabajar
Aunque seguía soñando cuentos, dormía peor cada noche, la imagen del joven me perseguía y vivía atormentado. No tarde mucho en caer enfermo y por varios días no salí de mi casa. Soñaba y soñaba, pero no tenía fuerzas ni siquiera para anotar el cuento.
Decidí terminar con tanto sufrimiento y después de revolver algunos cajones encontré la tarjeta del joven y lo llamé por teléfono.
No tuve más remedio que aceptar sus exigencias: darle el 50% de los beneficios que redituaran mis libros (o mejor dicho sus libros). El joven tuvo la amabilidad de permitir que los libros siguieran apareciendo con mi firma, solo me exigió el 50% de las ganancias.
Después de firmar el pacto me sentí mucho más tranquilo. Creía que había hecho lo justo. Esa noche llegue a mi casa y me dispuse a hacer lo que no había podido hacer desde hacía mucho tiempo: dormir bien.
Me desperté a las seis de la mañana sobresaltado. El cuento que había soñado era por demás revelador. No tenía tiempo que perder. Me vestí en segundos y salí a la calle a tomar el primer taxi que pasara. Tenía que llegar a la casa del joven antes de que fuera demasiado tarde.
Llegue lo antes posible. Era un edificio de departamentos de construcción barata ubicado en uno de los barrios más pobres de la ciudad. Toqué el timbre varias veces pero nadie respondió, así que derribé la puerta.
El departamento estaba deshabitado y todo desordenado. Los armarios estaban vacíos de ropa, aunque había algunas prendas tiradas por aquí y por allá. En la cocina había un aparato enorme, que jamás había visto antes. Tenía una gran pantalla, parlantes, micrófonos, antenas, cables y lámparas.
Sobre una mesa había una nota dirigida a mí que decía:
- Me ha descubierto, ya lo se. Vi su sueño de esta noche y por supuesto conozco su último cuento. Es extraño, pero el arma con la que yo pensaba hacerme rico se volvió contra mí. Este aparato que usted ve, es el famoso lector de sueños que su cuento describe tan magníficamente. No tuve tiempo de desarmarlo, pero no se preocupe, nadie más que yo lo puede usar, ya que quité la pieza fundamental, gracias a la cual funciona. Pero recuerde: lo puedo armar en cualquier momento, solo yo sé construirlo. Voy a leer sus sueños para siempre, por lejos que esté. En algún lejano país empezare mi “carrera” de escritor y me haré rico, señor Ulises, gracias a usted.
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