Afuera llovía. Elvira dormitaba pensando una y otra vez que tenía que dejar de fumar. Su hija irrumpió, y la despertó de un sobresalto.
- Mamá, tengo que ir a una fiesta de disfraces esta noche con José y no se que ponerme.
La mirada de Elvira se iluminó. Aquel disfraz de colombina, bordado con sus propias manos hace ya más de veinte años, durante varias noches en vela. ¿Por qué no?
- Tengo algo para vos, dijo, mientras su hija ponía cara de fastidio.
Mientras abría la caja del disfraz, invadida por un fuerte olor a naftalina, los recuerdos vinieron a su memoria como una aparición fantasmal.
Llovía. La
silueta del hombre amado se acercaba.
-
Elvira,
¿Qué haces con ese disfraz tan ridículo?
-
¿Cómo?
¿No íbamos a ir a la fiesta de disfraces?
-
Iras
vos sola. La hija del embajador me invitó a un cocktail en la embajada y tengo
que ir.
-
¿Qué
tiene ella para ofrecerte que yo no te pueda dar?
- Dinero, poder, belleza, y una vida llena de placeres y glamour. ¿Está claro?
El olor a
quemado la hizo volver a la realidad. Mientras recordaba Elvira había quemado
el disfraz con su cigarrillo. En ese momento Elvira lloró como no lo había
hecho en más de veinte años.
- ¡Mamá, mamá! Olvidate de ese ridículo disfraz, ya no hay nada de que preocuparse. ¡El hijo del embajador me invitó a un cocktail en la embajada!
Afuera José
llamaba a la puerta disfrazado de arlequín.
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