Dos músicos rivales, populares los dos, pero con estilos muy diferentes. Se encontraban en veredas musicales opuestas y la prensa se encargó de mostrarlos siempre como adversarios.
Uno de ellos componía canciones de amor livianas, exitosísimas. Canciones simples, pero que iban directo al corazón. El otro, se jactaba de su erudición y reducía su campo de acción a pequeños reductos de seguidores leales, renunciando a la masividad. Se veía a sí mismo como un intelectual y no aceptaba hacer ningún tipo de concesiones con su arte.
Este despreciaba al otro, lo criticaba despiadadamente y lo ridiculizaba en sus canciones. Su furia iba en aumento a medida que se acrecentaba el éxito del otro, el de las canciones livianas, y llegó a convertirse en algo parecido al odio.
El de las canciones livianas evitaba polemizar cuando le preguntaban acerca del enfrentamiento musical. Se limitaba a meter un numero uno atrás del otro, rompiendo todos los records de ventas y llenando estadios.
Un momento muy incómodo para el intelectual, eran las ceremonias de entrega de premios anuales. El superficial, el de las canciones livianas, arrasaba. El intelectual podía llegar a arañar algún premio menor, o nada en absoluto. En particular se molestó especialmente por el premio a “Canción del Año” al tema “Muñequita”:
Ay muñequita linda
Tus ojos son como dos diamantes
Tu pelo brilla como un sol radiante
Por eso te quiero tanto, muñequita.
- Pero que mierda tienen en el oído, bramaba, ¿como pueden premiar esa basura?
También sucedía que músicos muy cercanos al intelectual, a quien este consideraba sus pares, de pronto aparecían colaborando en los discos del superficial, cosa que el intelectual veía como una traición.
Esa enemistad parecía que iba a durar para siempre.
Pero el superficial, siendo todavía muy joven, falleció en un accidente de auto, transformándose en una especie de leyenda. Sin embargo, el intelectual sintió este hecho como una especie de liberación. Lejos de lamentarlo, se dijo a si mismo que ahora sí, sin esa presencia nefasta en el mercado de la música, la atención se iba a desviar por fin hacia él, y su música elaborada y erudita.
Pasaron los años y el intelectual continuó su carrera artística, pero vivía amargado, pensando que no era reconocido en su justa medida. Ya en edad avanzada, enfermó y quedó postrado, con muy poca esperanza de vida.
En su lecho de muerte lo visitó su nieta, una de las pocas alegrías de su vida. La chiquita le pidió que le cante una canción.
- Abuelo, cantame una canción linda, la más linda de todas.
El intelectual buscó en su memoria la canción más hermosa que recordara, para complacer a su nieta, y enfrentándose al total fracaso de su vida, con lágrimas en los ojos, comenzó casi en un susurro:
Ay muñequita linda
Tus ojos son como dos diamantes…
El intelectual murió sin poder terminar de cantarle a su nieta la canción más hermosa.
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