Empecé de pibe, en la plaza, como lo hacían muchos chicos a mi edad. Iba todos los días y es ahí donde uno va aprendiendo todas las picardías del juego.
Me acuerdo de los tableros pintados en las mesas de cemento, algunos tan gastados que había que adivinarlos.
Un día con varios muchachos de la barra nos fuimos a probar al club del barrio. Yo por suerte quedé y así empezó mi carrera profesional, siempre fiel a mis colores.
El tablero del club es un billar, nada que ver con aquellas mesas de cemento.
Dicen que no tenemos amor por la camiseta, por la forma como peleamos los contratos con la institución, pero la vida del ajedrecista es corta, uno tiene que ganar bien. Yo a la camiseta la llevo en el corazón, por eso cuando hago un jaque mate lo grito con toda mi alma.
El equipo hoy esta fenómeno, tenemos dos caballos que se mueven bien en espacios chicos, dos alfiles que manejan bien los dos perfiles, y dos torres que marcando te siguen hasta el vestuario.
Estaba en el mejor momento de mi carrera, pero se empezó a desmoronar todo después de un comentario desafortunado que hice en una entrevista. El club me rescindió el contrato, la prensa empezó una campaña en mi contra, los hinchas me dieron la espalda.
Maldigo el día en el que me declare públicamente como antimonárquico.
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