viernes, 31 de octubre de 2025

HONESTISTAS

 

Votan narcos, putas, coimeras, estafadores, lavadores de dinero, fugadores, evasores, negreros y contrabandistas. Son los “honestistas”, que apoyan “ficha limpia”, y luchan denodadamente contra la corrupción. Nunca, pero nunca más en la vida me vengan a decir que les preocupa la corrupción, manga de hijos de remil putas, les importa una mierda.

Votan a los que tienen que estar en la cárcel, y festejan que inocentes sean condenados y proscriptos. Y esto va a seguir así, mientras la corte suprema este integrada por tres criminales.

La grieta es ética y moral, y no es una grieta, es un abismo.

Nunca fui al Garraham de chico. No mando a mi hijo al Garraham. Sin embargo, pagaría encantado un impuesto especial para sostenerlo, para que todos los chicos del país con cáncer se puedan atender, y para que todo el personal, médico o no, gane muy bien.

Los “honestistas”, harían lo imposible para evadir ese impuesto.



viernes, 24 de octubre de 2025

LA GRAN LACRA ARGENTINA

 

Hace 80 años que padecemos esa gran lacra que es el anti peronismo.

Si el representante del anti peronismo fuera Hitler, el anti peronista vota a Hitler. Si el representante del anti peronismo fuera Pablo Escobar Gaviria, el anti peronista lo vota.

Al anti peronista le importa una mierda todo. Le importa una mierda la salud, la educación, el oro del Banco Central, la Justicia, el Plan Nuclear, el Plan Satelital, el agua potable, las represas, la energía. Lo único que le importa es el anti peronismo.

El Peronismo fue bombardeado, fusilado, proscripto y condenado. Y es el lado correcto de la Argentina.

La postura anti peronista está plagada de mentiras.

Dicen: “Te quieren bruto”. Hay una sola fuerza política que invierte en educación, y construye escuelas y universidades: el Peronismo. Todas las fuerzas políticas que están en la vereda de enfrente del Peronismo, desfinancian la educación cuando son gobierno.

Dicen: “Te hacen cagar en un balde”. Pero la fuerza política que más invierte en obras de cloacas es el Peronismo. Los que están en la vereda de enfrente del Peronismo, frenan las obras de infraestructura cuando gobiernan.

Dicen: “Te quieren vago”, pero el Peronismo, es sinónimo de industria y empleo, mientras que el anti peronismo, implementa políticas activas para generar desempleo, como disciplinador social.

Les metieron en la cabeza que todo lo que tenga que ver con Estado es sinónimo de corrupción. Y es exactamente al revés: privatizar es un acto de corrupción. Una empresa pública que construimos entre todos, con plata de nuestro bolsillo, con valor estratégico, de repente pasa a las manos de un amigo del poder a precio vil. Y ahí se frena cualquier tipo de inversión. Aplauden al que desguaza YPF, pero insultan al que la recupera.

Son boludos y crédulos. Creen en cuadernos quemados, desquemados, perdidos, encontrados y adulterados. Creen que, si un fiscal se suicida en un baño cerrado por dentro, en realidad fue asesinado. Creen que el equipo de futbol de fiscales y jueces que juega con macri, es una justicia imparcial.

Votan ladrones y corruptos, y cuando esos ladrones y corruptos condenan a Cristina, festejan.

A ellos les debemos el endeudamiento y el atraso, son la lacra que hace 80 años nos hace ir permanentemente para atrás.

Lo único que tienen es el anti peronismo.

Son mierda.




martes, 1 de julio de 2025

ESCENAS INFANTILES (UN CUENTO DE CLAUDIO AMADEO VIGGIANO)

 

El restaurante estaba atestado de gente, y era muy ruidoso. Los mozos y las meseras no daban abasto llevando los pedidos. Era un ambiente muy familiar, los chicos, como es su costumbre, se levantaban de las mesas e iban de acá para allá. Nosotros estábamos en una mesa cerca al mostrador, donde se entregaban los platos.

En el mostrador el trabajo era doble, no solo recibían los pedidos de las mesas, sino los pedidos de las comidas para llevar. Los mozos se acercaban y decían en voz alta el pedido que les habían hecho. Y otro grupo de muchachos, en bicicleta o moto, retiraban los pedidos para llevar a domicilio. En definitiva, alrededor del mostrador era un caos.

Era un lugar donde se podían pedir cualquier tipo de comidas, pizza, pastas, asado, etc. También estaban los que pedían un simple café o una picada.

En una de esas a mi hermano se le ocurre imitar el tipo de pregón que veníamos escuchando:

 

-          Marche una milanesa, sale con fritas.

 

Mi hermano tenía ya una voz gruesa, podía imitar la de los mozos. Nos reímos, pero la cosa no quedo ahí, teníamos que ir por más.

Yo todavía tenía una vocecita más bien fina, pero podía imitar a las chicas meseras.

 

-          Salen ravioles con estofado

 

No sé si se llegó a escuchar bien, necesitábamos una posición más estratégica. Mientras mis padres y mis abuelos estaban entretenidos con su plato, buscamos un escondite al costado del mostrador.

 

-          Grande de muzzarella para llevar

-          Vermouth, sale con ingredientes

-          Bife de lomo con ensalada mixta.

-          Flan con crema y dulce de leche.

 

No podíamos parar, parecía muy divertido.

 

-          Porrón y dos gaseosas con hielo.

-          Dos ensaladas mixtas, una con oliva.

 

A medida que pasaba el tiempo, el restaurante se empezó a vaciar. Los clientes iban terminando su cena, pagaban y se retiraban.

Empezaron a aparecer sobre el mostrador platos que nadie había pedido y el dueño, que atendía la caja, los mozos y los cocineros, se miraban entre sí, extrañados. Ya no había tanto bullicio en el local.

 

-          Grande de fugazzeta, sale con 2 fainas.

-          Un matambrito con puré mixto.

 

Cuando nos dimos cuenta, el dueño estaba al lado nuestro, brazos en jarra, con cara de furia. Ya no era tan divertido. Corrimos hasta nuestra mesa, donde padres y abuelos estaban terminando el café.

Mi abuelo fue a hablar con el dueño, y no sé cómo, de alguna forma lo calmó. Creo que se conocían de antes, a lo mejor hubo alguna propina de por medio.

 

Volvimos en el auto, todos en silencio. Lo rompí yo, a mitad de camino, con una frase memorable:

 

-          Mamá, papá. Cuando sea grande, quiero ser mozo.




lunes, 30 de junio de 2025

EL PILETÓN (UN CUENTO DE CLAUDIO AMADEO VIGGIANO)

 

Donde yo vivo, no hay agua corriente. La casilla es muy pequeña, y por eso, tenemos una especie de bañera o piletón de material, en el patio que da a la calle. Es muy singular, ya que casi nadie en los alrededores tiene algo así. Los días que decidimos darnos un baño, desde temprano empezamos a calentar ollas en la cocina y llenamos la bañera.

El proceso es largo, ya que en casa somos muchos, mi señora y yo tenemos cinco hijos, después tenemos a mi cuñada, con un nene chiquito, mi hermano, mis dos padres y la madre de mi señora, o sea en total 13 personas.

Decidimos que primero se bañen los niños, después las mujeres, y por último los tres hombres, mi papá, mi hermano y yo, que cuando volvemos de hacer changas somos los que estamos más sucios.

En la casilla de al lado, la cosa es peor. Son 28, y no tienen lugar para una bañera. Son buena gente, por eso, los días indicados, los dejamos compartir bañera. Eso sí, tienen que colaborar con el gasto de gas, ya que, en los meses flojos de changas, se hace difícil comprar la garrafa.

Bueno, el asunto no es mejor para el resto de las 39 casillas que componen la manzana. Según los   funcionarios municipales que realizaron un censo el año pasado, en total somos unas 1.500 personas, aunque dijeron que no estaban muy seguros del número exacto, ya que el trabajo en este tipo de lugares les resulta difícil.

Nos solidarizamos con ellos, no son raros los días en los que por nuestro piletón pasan más de 1.300 personas. Ahí estoy de acuerdo con los censistas, en que es muy difícil contarlos a todos.

Saliendo de la manzana, y considerando el barrio entero, los números imprecisos del censo nos hablan de 138.000 personas, todas con las mismas dificultades. Y adivinen a donde se vienen a bañar. 

La localidad entera cuenta con unos 3 millones de personas, con los mismos problemas de agua corriente. Cada una de ellas pasaron alguna vez por nuestra bañera. Y si consideramos todas las localidades vecinas, hablamos de 47 millones de personas, todas con problemas para bañarse, y eso es solo de este lado del arroyo, que por supuesto está seco. Del otro lado del arroyo hay otro mundo de gente. Los días de baño (que muchas veces se prolongan hasta el siguiente), se los ve cruzando el arroyo a pie, y ya estamos hablando de que nuestro piletón es compartido con unos 100 millones de personas. Nosotros, como ya dije, somos solidarios, pero se entiende las dificultades que todo esto nos trae.

En la dirección contraria al arroyo, está la vía del ferrocarril, que es una vía muerta, y a continuación un paredón. Detrás de ese paredón, hay un barrio cerrado habitado por 5.367 personas. Acá si, los censistas pudieron trabajar con precisión. Ellos sí, tienen agua corriente. Lo sé, porque con mi hermano nos tocó hacer allí alguna changa.

Dicen que no pagan impuestos, y que, si los pagaran, con lo recaudado se podría hacer de este lado las obras completas de toma de agua, reserva, potabilización, y tendido de redes domiciliarias.

Eso es lo que dicen, yo no sé si esto es así o no. En todo caso por ahora mi preocupación es levantarme bien tempranito para empezar a llenar un piletón para 100 millones.




EL BIDÓN (UN CUENTO DE CLAUDIO AMADEO VIGGIANO)

-          El asesinato perfecto no existe.

Félix soltó esta frase así, de la nada, y se quedó mirando a Alfonso, como interrogándolo.

Los dos vecinos, ambos septuagenarios, se juntaban casi diariamente desde hacía unos cuantos años a jugar al ajedrez, a las cartas, o simplemente a charlar, sobre todo de un tema que apasionaba a los dos: las noticias policiales.

-          Jaque, dijo Alfonso. ¿Otro café?

-          No, prefiero un vaso de agua, ¿puede ser?, respondió Félix saliendo del jaque.

-          Sí, tengo que abrir otro bidón, y pasar un poco de agua a la botella.

-          No entiendo porque usas esos bidones de seis litros tan pesados y tan incómodos. Yo prefiero comprar directamente la botella. Pero no me cambies de tema, no me respondiste lo del asesinato perfecto.

-          Seis litros son seis kilos, ¿es así?, pensó en voz alta Alfonso.

-          Si, ¿y entonces?

-          Ahí tenes el asesinato perfecto, un golpe en la cabeza con una masa de seis kilos, seguramente sea mortal.

-          No le veo nada de perfecto. En cuanto la policía analice ese bidón, se terminó el caso, razonó Félix.

-          El bidón se vacía y se compacta. Desaparece el arma homicida. ¿Se entiende ahora? Jaque mate.

-          Bueno, ya me tengo que ir. Espero no haberte dado ideas.

-          Y yo a vos tampoco, Félix. Seguí con tus botellas.

 

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-          ¿Pero vos no sos Antonia, la hija de Alfonso?

-          Si, Don Alberto. Vengo a limpiar un poco el departamento y ver si lo puedo poner en venta. Voy a llevar algunas cosas de limpieza

Don Alberto sale del mostrador y abraza a Antonia.

-          Mi más sentido pésame. Acá en el barrio nos enteramos de todo. Vino la policía y habló con todo el mundo. Nadie entendía muy bien como se había dado semejante golpe en la cabeza, o si alguien entró al departamento y lo golpeó. Me imagino como te debes sentir.

-          Devastada. Espero que la policía encuentre algo.

-          También estaba destruido Félix. Tan apesadumbrado estaba de perder a su compañero de tantos años, que dijo que no podía vivir más acá. Él alquilaba, rescindió el contrato con la dueña, y se mudó, pero nadie sabe muy bien a donde. Eran amigos íntimos y se querían mucho.

-          No tanto, Don Alberto. Félix no lo quería mucho a mi papá. Hubo un problema de polleras cuando eran jóvenes. Y el problema fue precisamente ¡mi mamá! Me lo contó ella, antes de morir.  

-          ¿Qué? No sabía nada de eso. Aunque siempre fue un tipo raro ese Félix, como todo solterón. Me hacía un escándalo cuando no tenía reposición de botellas de agua, porque no quería llevar bidones, decía que eran pesados e incómodos, prefería quedarse sin agua. Pero un día, de la noche a la mañana, dejó de llevar botellas y, al revés, se enojaba si no tenía bidones en las góndolas.

-          Tampoco entendí nunca, Don Alberto, como es que llegaron a ser vecinos, después de que mi papá enviudó, ya que habían dejado de verse por un tiempo largo.

 

 

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El inspector y su ayudante, eran dos policías salidos de una película, tal cual uno se los imagina, con piloto, una libreta de anotaciones, y metiéndose en todos lados. Solo les faltaba el sombrero.

Hicieron preguntas en todo el barrio y en el almacén. Revisaron el edificio completo y el departamento de Alfonso en particular.

Hacia el final del día pudieron revisar también el departamento de Félix, ya que tuvieron que esperar que venga la propietaria con las llaves.

El inspector le pregunta a su ayudante.

-          ¿Que encontró?

-          Nada importante inspector. Ropa usada, diarios viejos…

-          ¿Y no encontró nada más?

-          Ah, me olvidaba. En la basura, un bidón de seis litros vacío y compactado.





PERMISO CONDICIONADO (UN CUENTO DE CLAUDIO AMADEO VIGGIANO)

 

Se me concedió yacer aquí, en medio de esta oscuridad absoluta. Misteriosamente también se me concede percibir. Percibir y yacer, yacer y percibir. Y recuerdos que van y vienen.

Allá arriba, veo a mi familia y unos pocos amigos. Se los ve muy tristes, nunca los vi así. Alguno pensará que el próximo turno es el de él.

Apartada del grupo, veo a una mujer sola. Viste de negro, llora desconsoladamente. Pero no conozco a esa mujer. Busco y busco en mis recuerdos, pero nada. Puedo asegurar que no la he visto nunca en mi vida.

Trae en su mano un ramo de flores, y cuando todo el grupo se retira, lo apoya con delicadeza en la losa de mármol.

Al día siguiente se repite la misma escena. Y el siguiente, también. Y el siguiente. Como un ritual. Mi familia y mis amigos ya no vienen, solamente ella, sola, con su ramo.

Día tras día, espero su llegada. Siempre de negro, siempre con un ramo. Que alguien me diga quien es, porque yo no sé. Sin embargo, necesito verla, me reconforta.

No sé cuántos días pasaron, acá la medida del tiempo es muy difusa. Pero un día no vino. Esperé y esperé y rogué para que ese día sea la excepción. Pero ya no la volví a ver. Adonde sea que haya ido, parece que ya nunca más va a volver. Y ese enigma creo que va a durar una eternidad.

Poco a poco comienzan a desvanecerse esas imágenes que tenía de allá arriba.

Ya no se me concede percibir.

Ahora solo se me permite yacer.



ASESINATO EN LA PILETA DE NATACIÓN (UN CUENTO DE CLAUDIO AMADEO VIGGIANO)

 

Jorge, cardiólogo. Un tipo común, con su esposa, sus 2 hijos, su casa y su auto. Y su grupo de amigos.

De lunes a viernes, mucho trabajo, en hospital y consultorios. Los fines de semana, descanso, club, y salidas y encuentros con ese grupo de amigos. También integrado por gente común, como él.

Su deporte favorito era la natación. Pasados los cuarenta, su estado físico era muy bueno, y eso se debía en parte a que nadaba con regularidad.

Con el grupo de amigos, podían encontrarse en el club, donde todos eran socios, o en alguna cena. No es que Jorge o su esposa tuvieran una gran amistad con cada uno de ellos, simplemente funcionaban como grupo.

Y dentro del grupo, Carlos, el marido de Graciela. Jorge le tenía particular aversión a Carlos. Lo veía como un tipo cargoso, medio tonto, que se hacía el gracioso contando chistes estúpidos, que siempre pretendía ser el centro de atracción de las reuniones. También le parecía un tipo competitivo y ventajero, de esos que cuando se organiza un asado, y donde todos traen algo para colaborar, el tipo aparece con las manos vacías, o con una botella del vino más berreta.

Particularmente le resultó molesto, que Carlos se apareciera por su consultorio, un día sin avisar. Se anunció con la secretaria como “un amigo de Jorge”, lo cual Jorge entendió que traducido quería decir “no voy a pagar la consulta”, algo muy de Carlos.

Sin embargo, para no crear un conflicto con alguien que él y su esposa veían con frecuencia, prefirió no decir nada y atenderlo. Los síntomas que Carlos le describió, no parecían alentadores. Le dio una orden para un electrocardiograma y una prueba en cinta de correr, y lo citó para la semana siguiente.

Era un jueves, y a la salida del consultorio, pileta. Era un día en el que iba poca gente, no se encontraba con nadie y todo era muy relajado. Nadar, además de ser saludable, le resultaba propicio para pensar y dejar divagar a su mente.

Jorge, mientras nadaba solía verificar sus pulsaciones, cuestión que le era facilitada por el reloj electrónico que estaba a un costado de la pileta. Midiendo el tiempo que tardaba en completar un largo de pileta de 30 metros, armó una tablita que relacionaba la velocidad de nado con las pulsaciones de su corazón. Cosas de cardiólogo, obsesivo con su trabajo.

El regreso de Carlos al consultorio la semana siguiente, con los resultados de los exámenes, demostró que tenía una condición cardíaca muy delicada. Jorge le recetó una medicación y en vez de explayarse mucho sobre lo que estaba viendo en las planillas, prefirió citarlo para la semana que viene. Luego la conversación giró hacia otros temas. El domingo cumplía años Mariano, uno de los hijos de Raúl, y estaba todo el grupo invitado a su casa quinta, con pileta. Quedaron en verse ese día.

A la salida, otro jueves de pileta, y la cabeza se le llenó de números. Pulsaciones, velocidad, cantidad de brazadas por minuto, no había forma de que su mente pudiera dejar de calcular, y eso lo agotó más que el propio ejercicio.

El domingo era un día radiante, todas las familias estaban presentes. Todos llevaron algo para colaborar con el cumpleaños. Todos menos Carlos, obviamente. Sin embargo, la reunión se llevó adelante con cordialidad.

En un momento surgió la idea de una carrera de natación entre papis. Jorge, ahora cuando recuerda aquella tarde, piensa que no fue idea suya, pero no está muy seguro.

Carlos, a pesar de sus problemas cardíacos, competitivo como era, quiso participar. La pileta era grande, 4 carriles, 25 metros, y se decidió hacer un ida y vuelta, 50 metros en total.

A Carlos y Jorge le tocaron carriles contiguos. Ni bien largaron, a Jorge se le volvió a llenar la cabeza de números. Mas bien era un tsunami de números.  Pulsaciones, brazadas, velocidad, distancias, tiempos. Jorge adelante, y Carlos un poco detrás, haciendo un esfuerzo enorme por no perder.

“Tengo que ganar”, estaría pensando Carlos.

“Tiene que estar pasando las 100 pulsaciones” estaría calculando Jorge.

Aceleró un poco más Jorge, aceleró un poco más Carlos.

Cuando Carlos pidió ayuda, naturalmente los primeros auxilios estuvieron a cargo de Jorge. La ambulancia no tardó en llegar, ya que Paula, la dueña de casa, la llamó en cuanto vió los primeros manotazos de Carlos. Pero fue en vano. El paro cardíaco fue letal.

Jorge, cardiólogo. Un tipo obsesivo con su profesión.