viernes, 2 de abril de 2021

LA MANO DE OBRA MÁS BARATA (CUENTO)

 Miguel Ramos era un Maestro Mayor de Obras que vivía en Bellavista. Desde los quince años trabajaba en la industria de la construcción, obligado por los apuros económicos que atravesaba su familia. 

Su padre Victoriano, (“un loco”, al decir de tía Eulogia), se había desempeñado hasta su muerte, en los más diversos oficios, desde embolsador de carbón hasta guarda de tren, pero su gran amor era el circo. Había fundado una compañía a mediados de la década del cuarenta, que recorrió varias ciudades del interior con cierto éxito. El número fuerte era el de los chimpancés, ya que Victoriano Ramos los sabía domesticar a la perfección. Un par de crónicas de la época (que todavía Miguel conserva) detallaban como los simios andaban en bicicleta, actuaban de policías y ladrones, de luchadores de catch, y hasta había una hembra casamentera, con un precioso vestido de novia, que perseguía a cuanto candidato le pasaba cerca. 

Pero a medida que pasó el tiempo, el interés de la gente por el circo fue decayendo, hasta que la compañía tuvo que cerrar sus puertas. Fue la madre de Miguel, Olga, (una mujer práctica, que se encargaba de la boletería), la que tomó la decisión, harta ya de viajar y pasar penurias. El matrimonio por fin se instaló en Grand Bourg, donde Miguel nació, y luego en Bellavista.

Pero Victoriano nunca dejó de domesticar chimpancés. Solía divertir a todos en las fiestas familiares, él mismo montaba un pequeño escenario, bordaba los disfraces, y sorprendía siempre con un acto nuevo.

¡El circo renacerá!, se lo escuchaba decir con entusiasmo, cosa que encrespaba a Olga y a la tía Eulogia. 

Victoriano trató de transmitirle su arte a Miguel, por eso se molestó mucho cuando este empezó a trabajar de peón, a instancias de Olga, con el tío Benedicto, el esposo de Eulogia, que era oficial albañil.

No obstante, el joven Miguel ayudaba mucho con la economía familiar, y además iba adquiriendo oficio. Se recibió de Maestro Mayor de Obras y consiguió trabajo en una empresa constructora, donde se desempeñaba como cadete, chofer, sobrestante, capataz, computista, presupuestista y cuanta cosa hiciera falta.

Cuando Miguel cumplió treinta años, su padre Victoriano falleció. Conservó hasta su muerte un elenco estable de siete chimpancés, de los cuales cuatro murieron de pena y solo los tres más jóvenes sobrevivieron.

Eso fue todo lo que Miguel heredó.

Al principio las cosas no eran nada fáciles para Miguel. El hecho de tener que trabajar en forma obligada para mantener a su familia le impidió completar estudios universitarios (había empezado la carrera de ingeniería civil para complacer a su madre). Sin embargo, a pesar de ser solo un Maestro Mayor de Obras, con el correr de los años se fue ganando un lugar en la firma donde trabajaba. Sus patrones confiaban en él y Miguel adquiría cada vez más experiencia y más seguridad en sí mismo. A pesar de trabajar en relación de dependencia y de cobrar un sueldo que no era demasiado alto, por nada del mundo podía dejar su trabajo en la empresa. Esto le hubiera roto el corazón a Olga, que estaba encantada que su hijo progresara dentro de una actividad “normal” como la construcción y olvidara los delirios bohemios de su padre.

Pero Miguel no olvidó a Victoriano y sus chimpancés. No, para nada. Siguió practicando todo lo que había aprendido del padre con los tres sobrevivientes, a escondidas de Olga. Si bien no tenía la brillantez del padre para domesticarlos y montar sketches, Miguel sentía que con esto mantenía viva la memoria de Victoriano.

Al cabo de unos años Miguel pensaba ya en casarse, por lo que sus necesidades económicas ya eran otras. Su sueldo no alcanzaba y fue entonces, después de mucho meditar, que Miguel decidió independizarse y empezar a realizar trabajos por cuenta propia. Esto al principio no fue del agrado de Olga, que prefería para su hijo la seguridad de un trabajo fijo con un sueldo fijo. Pero en definitiva era su vida y Miguel se sentía capaz, con toda su experiencia, de arriesgarse y montar una pequeña empresa constructora.

Por lo tanto Miguel renunció a su empleo, se casó y se mudó a una casa alquilada (también en Bellavista), que a la vez funcionaría como oficina. Finalmente Olga tuvo que ceder ante la iniciativa y el entusiasmo de Miguel. Después de todo, su hijo estaba definitivamente encaminado dentro de un oficio que podría llegar a ser muy rentable. Sin embargo, se sorprendió cuando Miguel incluyó en la mudanza a los tres simios sobrevivientes.

- ¿Qué significa esto?, pregunto Olga, - ¿No tendrás alguna idea absurda de continuar con las locuras de tu padre?

- No, mamá. Lo que yo voy a fundar es una empresa constructora. Una empresa cons-truc-to-ra.

Miguel se puso en movimiento inmediatamente, dentro de su círculo de relaciones profesionales, para darse a conocer como empresario. Y las invitaciones para cotizar trabajos no tardaron en llegar, al principio tímidamente y luego con mucha más frecuencia.

En cierta ocasión fue invitado a cotizar una casa de fin de semana en un club de campo, licitación de la cual también participaban los antiguos patrones de Miguel, los hermanos Linares, ambos ingenieros civiles. Se podría pensar en primera instancia que la invitación a participar con su oferta fue una simple cortesía del propietario (el señor Domínguez) hacia Miguel, ya que los hermanos Linares lo superaban en experiencia y capacidad, y no dudaban ni por un instante que la obra les seria adjudicada.

Pero Miguel se despachó con un presupuesto cuyo monto era un cincuenta por ciento más barato que el resto de las ofertas. En la reunión donde se abrieron los sobres hubo más de una reacción aireada.

- Miguel, lo tuyo es una locura, le dijo Antonio Linares, el mayor de los hermanos. ¡Hace veinticinco años que estoy en esto y sé muy bien que es imposible hacer esta obra por la mitad de su valor!

- Señor Ramos, ahora Domínguez había tomado la palabra, para mí sería fantástico construir mi casa de fin de semana por la mitad de su valor, pero ¿Quién me asegura que usted, con ese precio, es capaz de terminar correctamente los trabajos contratados?

Todas las miradas se posaron en Miguel. Éste se levantó de su asiento, caminó unos pasos alrededor de la mesa, y finalmente hablo en su defensa del siguiente modo:

- Señores: en los últimos tiempos he estado abocado a la tarea de reducir el costo de la mano de obra. Experimenté y puse en práctica en forma paulatina una manera de trabajar que reduce dichos costos drásticamente. Este método fue desarrollado, probado y mejorado durante varios meses de ardua labor y por lo tanto, estoy en condiciones de asegurar que los trabajos serán ejecutados en el tiempo pactado, según las reglas del arte y con una calidad en la terminación que provocaría la envidia de los mejores oficiales albañiles. Esto se los puedo asegurar señores. (Los ojos de Miguel brillaban). - ¡Lo juro!, ¡Lo juro por la memoria de mi padre, Victoriano Ramos!





GRACIAS A USTED, SEÑOR ULISES (CUENTO)

 - Gracias estudios centrales. Estamos aquí, en la casa del poeta Ulises Aróstegui, para hacerle una entrevista exclusiva. ¿Cómo estas Ulises?

- Muy bien.

- Acabas de editar un libro.

- Así es, se trata de un libro de cuentos, en el que traté de cambiar un poco la temática que venía desarrollando, pero creo que a mis seguidores les va a gustar.

- Ya lo creo que sí, Ulises, me acaban de comentar a cinco días de su aparición, el libro vendió 50.000 copias. A propósito, ¿Qué nos podes comentar acerca de tu forma de trabajo?

- Mirá, te voy a contar algo increíble. Cada cuento de ese libro lo soñé. Es algo increíble pero soñé cada palabra, una por una, a razón de un cuento por noche. No hago más que dormirme y una voz me empieza a recitar los cuentos. Es verdaderamente alucinante e incluso se sigue dando lo mismo cada noche con cuentos que aún no publiqué

Si, verdaderamente era increíble lo que me pasaba. Había despedido al periodista hacia algunos minutos y me preguntaba si algún televidente se había creído eso de los sueños. A decir verdad, ni yo mismo lo creía del todo, pero esa noche, como todas desde hacía un largo tiempo, la voz misteriosa me iba a dictar otro cuento, otro precioso cuento, otro cuento que se iba a traducir en dinero, ya que la gente parecía disfrutar mucho con mis sueños. Me estaba convirtiendo en un mercachifle de mi arte, pero el dinero me seducía y no iba a desaprovechar este regalo del cielo: cuentos que vendían bien. Por eso en cuanto me levantaba iba corriendo al escritorio y escribía palabra por palabra, antes de que me olvidara del sueño. En eso consistía toda mi creación artística: ¡un cuento por noche y a cobrar! Con estos pensamientos me fui a la cama dispuesto a pasar una plácida (y rendidora) noche.

Eran las tres de la mañana y mientras estacionaba el auto pensaba con malicia: ¿Qué hago despierto a esta hora?, así estoy perdiendo plata. Sucedía que la “cena íntima” que había tenido con Mónica se había prolongado demasiado. Para colmo la noche anterior no había dormido del todo bien (a pesar de que el cuento llego normalmente a mi cabeza), así que estaba agotado.

Al acercarme a mi casa note la presencia de un joven que parecía hacer guardia en la puerta. Era delgado, con anteojos, y de una calvicie incipiente, Estaba por abrir la puerta de mi casa cuando se dirigió a mí.

- ¿El señor Ulises Aróstegui?

- Si…

- Tengo que hablar con usted, es muy urgente.

- ¿Ahora?

- Si, si, es muy importante.

- Bueno, usted dirá.

- Le va a parecer increíble.

- Diga de una vez de que se trata.

Hizo una pausa. Me miró fijamente.

- Todos los cuentos que usted soñó, yo los había escrito antes.

En cuanto me pude deshacer de ese cargoso, entré a mi casa y me desplomé en la cama. Era lo único que me faltaba para terminar el día. Lo que dijo me había caído muy mal y reaccioné aireado, le dije que se retire y no me molestara más con sus historias fantásticas. Me costó convencerlo de que se fuera, y antes de irse me dejo su tarjeta, el cuento de la noche anterior escrito de su puño y letra (que todavía no había sido publicado) y una frase:

- Piénselo bien, mi carrera artística esta en juego.

¿Podía ser posible? ¿Podía se que su creación pasara a mis sueños de forma misteriosa? A mi me parecía imposible pero un terrible remordimiento se apoderó de mí. ¿Y si fuera cierto? ¿Y si yo me estaba llenando de plata a costa de ese pobre muchacho? Analicé fríamente la evidencia que me había dejado: el cuento era exactamente el mismo, palabra por palabra.

Esa noche dormí peor que la anterior, pero curiosamente, otra vez el cuento llegó a mí con claridad. Parecía ser que lo que yo creía un regalo del cielo era un vulgar atraco a un joven con verdadero talento pero que nunca iba a triunfar por causa mía: Ulises Aróstegui, el grande. Mi vida se convertía de pronto en una pesadilla, ya que a mi remordimiento se sumaba la persecución implacable de este joven.

Todas las noches lo encontraba en la puerta de mi casa, y sin decir palabra me daba un papel con el cuento soñado la noche anterior. Solo a veces me dirigía una frase como: 

- Reflexione, por favor.

- Me estoy muriendo de hambre

- Necesito trabajar

Aunque seguía soñando cuentos, dormía peor cada noche, la imagen del joven me perseguía y vivía atormentado. No tarde mucho en caer enfermo y por varios días no salí de mi casa. Soñaba y soñaba, pero no tenía fuerzas ni siquiera para anotar el cuento.

Decidí terminar con tanto sufrimiento y después de revolver algunos cajones encontré la tarjeta del joven y lo llame por teléfono.

No tuve más remedio que aceptar sus exigencias: darle el 50% de los beneficios que redituaran mis libros (o mejor dicho sus libros). El joven tuvo la amabilidad de permitir que los libros siguieran apareciendo con mi firma, solo me exigió el 50% de las ganancias.

Después de firmar el pacto me sentí mucho mas tranquilo. Creía que había hecho lo justo. Esa noche llegue a mi casa y me dispuse a hacer lo que no había podido hacer desde hacia mucho tiempo: dormir bien.

Me desperté a las seis de la mañana sobresaltado. El cuento que había soñado era por demás revelador. No tenia tiempo que perder. Me vestí en segundos y salí a la calle a tomar el primer taxi que pasara. Tenia que llegar a la casa del joven antes de que fuera demasiado tarde.

Llegue lo antes posible. Era un edificio de departamentos de construcción barata ubicado en uno de los barrios más pobres de la ciudad. Toqué el timbre varias veces pero nadie respondió, así que derribe la puerta.

El departamento estaba deshabitado y todo desordenado. Los armarios estaban vacíos de ropa, aunque había algunas prendas tiradas por aquí y por allá. En la cocina había un aparato enorme, que jamás había visto antes. Tenía una gran pantalla, parlantes, micrófonos, antenas, cables y lámparas.

Sobre una mesa había una nota dirigida a mí que decía:

- Me ha descubierto, ya lo se. Vi su sueño de esta noche y por supuesto conozco su último cuento. Es extraño, pero el arma con la que yo pensaba hacerme rico se volvió contra mí. Este aparato que usted ve, es el famoso lector de sueños que su cuento describe tan magníficamente. No tuve tiempo de desarmarlo, pero no se preocupe, nadie mas que yo lo puede usar, ya que quité la pieza fundamental, gracias a la cual funciona. Pero recuerde: lo puedo armar en cualquier momento, solo yo sé construirlo. Voy a leer sus sueños para siempre, por lejos que esté. En algún lejano país empezare mi “carrera” de escritor y me haré rico, señor Ulises, gracias a usted.