martes, 1 de julio de 2025

ESCENAS INFANTILES (UN CUENTO DE CLAUDIO AMADEO VIGGIANO)

 

El restaurante estaba atestado de gente, y era muy ruidoso. Los mozos y las meseras no daban abasto llevando los pedidos. Era un ambiente muy familiar, los chicos, como es su costumbre, se levantaban de las mesas e iban de acá para allá. Nosotros estábamos en una mesa cerca al mostrador, donde se entregaban los platos.

En el mostrador el trabajo era doble, no solo recibían los pedidos de las mesas, sino los pedidos de las comidas para llevar. Los mozos se acercaban y decían en voz alta el pedido que les habían hecho. Y otro grupo de muchachos, en bicicleta o moto, retiraban los pedidos para llevar a domicilio. En definitiva, alrededor del mostrador era un caos.

Era un lugar donde se podían pedir cualquier tipo de comidas, pizza, pastas, asado, etc. También estaban los que pedían un simple café o una picada.

En una de esas a mi hermano se le ocurre imitar el tipo de pregón que veníamos escuchando:

 

-          Marche una milanesa, sale con fritas.

 

Mi hermano tenía ya una voz gruesa, podía imitar la de los mozos. Nos reímos, pero la cosa no quedo ahí, teníamos que ir por más.

Yo todavía tenía una vocecita más bien fina, pero podía imitar a las chicas meseras.

 

-          Salen ravioles con estofado

 

No sé si se llegó a escuchar bien, necesitábamos una posición más estratégica. Mientras mis padres y mis abuelos estaban entretenidos con su plato, buscamos un escondite al costado del mostrador.

 

-          Grande de muzzarella para llevar

-          Vermouth, sale con ingredientes

-          Bife de lomo con ensalada mixta.

-          Flan con crema y dulce de leche.

 

No podíamos parar, parecía muy divertido.

 

-          Porrón y dos gaseosas con hielo.

-          Dos ensaladas mixtas, una con oliva.

 

A medida que pasaba el tiempo, el restaurante se empezó a vaciar. Los clientes iban terminando su cena, pagaban y se retiraban.

Empezaron a aparecer sobre el mostrador platos que nadie había pedido y el dueño, que atendía la caja, los mozos y los cocineros, se miraban entre sí, extrañados. Ya no había tanto bullicio en el local.

 

-          Grande de fugazzeta, sale con 2 fainas.

-          Un matambrito con puré mixto.

 

Cuando nos dimos cuenta, el dueño estaba al lado nuestro, brazos en jarra, con cara de furia. Ya no era tan divertido. Corrimos hasta nuestra mesa, donde padres y abuelos estaban terminando el café.

Mi abuelo fue a hablar con el dueño, y no sé cómo, de alguna forma lo calmó. Creo que se conocían de antes, a lo mejor hubo alguna propina de por medio.

 

Volvimos en el auto, todos en silencio. Lo rompí yo, a mitad de camino, con una frase memorable:

 

-          Mamá, papá. Cuando sea grande, quiero ser mozo.




lunes, 30 de junio de 2025

EL PILETÓN (UN CUENTO DE CLAUDIO AMADEO VIGGIANO)

 

Donde yo vivo, no hay agua corriente. La casilla es muy pequeña, y por eso, tenemos una especie de bañera o piletón de material, en el patio que da a la calle. Es muy singular, ya que casi nadie en los alrededores tiene algo así. Los días que decidimos darnos un baño, desde temprano empezamos a calentar ollas en la cocina y llenamos la bañera.

El proceso es largo, ya que en casa somos muchos, mi señora y yo tenemos cinco hijos, después tenemos a mi cuñada, con un nene chiquito, mi hermano, mis dos padres y la madre de mi señora, o sea en total 13 personas.

Decidimos que primero se bañen los niños, después las mujeres, y por último los tres hombres, mi papá, mi hermano y yo, que cuando volvemos de hacer changas somos los que estamos más sucios.

En la casilla de al lado, la cosa es peor. Son 28, y no tienen lugar para una bañera. Son buena gente, por eso, los días indicados, los dejamos compartir bañera. Eso sí, tienen que colaborar con el gasto de gas, ya que, en los meses flojos de changas, se hace difícil comprar la garrafa.

Bueno, el asunto no es mejor para el resto de las 39 casillas que componen la manzana. Según los   funcionarios municipales que realizaron un censo el año pasado, en total somos unas 1.500 personas, aunque dijeron que no estaban muy seguros del número exacto, ya que el trabajo en este tipo de lugares les resulta difícil.

Nos solidarizamos con ellos, no son raros los días en los que por nuestro piletón pasan más de 1.300 personas. Ahí estoy de acuerdo con los censistas, en que es muy difícil contarlos a todos.

Saliendo de la manzana, y considerando el barrio entero, los números imprecisos del censo nos hablan de 138.000 personas, todas con las mismas dificultades. Y adivinen a donde se vienen a bañar. 

La localidad entera cuenta con unos 3 millones de personas, con los mismos problemas de agua corriente. Cada una de ellas pasaron alguna vez por nuestra bañera. Y si consideramos todas las localidades vecinas, hablamos de 47 millones de personas, todas con problemas para bañarse, y eso es solo de este lado del arroyo, que por supuesto está seco. Del otro lado del arroyo hay otro mundo de gente. Los días de baño (que muchas veces se prolongan hasta el siguiente), se los ve cruzando el arroyo a pie, y ya estamos hablando de que nuestro piletón es compartido con unos 100 millones de personas. Nosotros, como ya dije, somos solidarios, pero se entiende las dificultades que todo esto nos trae.

En la dirección contraria al arroyo, está la vía del ferrocarril, que es una vía muerta, y a continuación un paredón. Detrás de ese paredón, hay un barrio cerrado habitado por 5.367 personas. Acá si, los censistas pudieron trabajar con precisión. Ellos sí, tienen agua corriente. Lo sé, porque con mi hermano nos tocó hacer allí alguna changa.

Dicen que no pagan impuestos, y que, si los pagaran, con lo recaudado se podría hacer de este lado las obras completas de toma de agua, reserva, potabilización, y tendido de redes domiciliarias.

Eso es lo que dicen, yo no sé si esto es así o no. En todo caso por ahora mi preocupación es levantarme bien tempranito para empezar a llenar un piletón para 100 millones.




EL BIDÓN (UN CUENTO DE CLAUDIO AMADEO VIGGIANO)

-          El asesinato perfecto no existe.

Félix soltó esta frase así, de la nada, y se quedó mirando a Alfonso, como interrogándolo.

Los dos vecinos, ambos septuagenarios, se juntaban casi diariamente desde hacía unos cuantos años a jugar al ajedrez, a las cartas, o simplemente a charlar, sobre todo de un tema que apasionaba a los dos: las noticias policiales.

-          Jaque, dijo Alfonso. ¿Otro café?

-          No, prefiero un vaso de agua, ¿puede ser?, respondió Félix saliendo del jaque.

-          Sí, tengo que abrir otro bidón, y pasar un poco de agua a la botella.

-          No entiendo porque usas esos bidones de seis litros tan pesados y tan incómodos. Yo prefiero comprar directamente la botella. Pero no me cambies de tema, no me respondiste lo del asesinato perfecto.

-          Seis litros son seis kilos, ¿es así?, pensó en voz alta Alfonso.

-          Si, ¿y entonces?

-          Ahí tenes el asesinato perfecto, un golpe en la cabeza con una masa de seis kilos, seguramente sea mortal.

-          No le veo nada de perfecto. En cuanto la policía analice ese bidón, se terminó el caso, razonó Félix.

-          El bidón se vacía y se compacta. Desaparece el arma homicida. ¿Se entiende ahora? Jaque mate.

-          Bueno, ya me tengo que ir. Espero no haberte dado ideas.

-          Y yo a vos tampoco, Félix. Seguí con tus botellas.

 

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-          ¿Pero vos no sos Antonia, la hija de Alfonso?

-          Si, Don Alberto. Vengo a limpiar un poco el departamento y ver si lo puedo poner en venta. Voy a llevar algunas cosas de limpieza

Don Alberto sale del mostrador y abraza a Antonia.

-          Mi más sentido pésame. Acá en el barrio nos enteramos de todo. Vino la policía y habló con todo el mundo. Nadie entendía muy bien como se había dado semejante golpe en la cabeza, o si alguien entró al departamento y lo golpeó. Me imagino como te debes sentir.

-          Devastada. Espero que la policía encuentre algo.

-          También estaba destruido Félix. Tan apesadumbrado estaba de perder a su compañero de tantos años, que dijo que no podía vivir más acá. Él alquilaba, rescindió el contrato con la dueña, y se mudó, pero nadie sabe muy bien a donde. Eran amigos íntimos y se querían mucho.

-          No tanto, Don Alberto. Félix no lo quería mucho a mi papá. Hubo un problema de polleras cuando eran jóvenes. Y el problema fue precisamente ¡mi mamá! Me lo contó ella, antes de morir.  

-          ¿Qué? No sabía nada de eso. Aunque siempre fue un tipo raro ese Félix, como todo solterón. Me hacía un escándalo cuando no tenía reposición de botellas de agua, porque no quería llevar bidones, decía que eran pesados e incómodos, prefería quedarse sin agua. Pero un día, de la noche a la mañana, dejó de llevar botellas y, al revés, se enojaba si no tenía bidones en las góndolas.

-          Tampoco entendí nunca, Don Alberto, como es que llegaron a ser vecinos, después de que mi papá enviudó, ya que habían dejado de verse por un tiempo largo.

 

 

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El inspector y su ayudante, eran dos policías salidos de una película, tal cual uno se los imagina, con piloto, una libreta de anotaciones, y metiéndose en todos lados. Solo les faltaba el sombrero.

Hicieron preguntas en todo el barrio y en el almacén. Revisaron el edificio completo y el departamento de Alfonso en particular.

Hacia el final del día pudieron revisar también el departamento de Félix, ya que tuvieron que esperar que venga la propietaria con las llaves.

El inspector le pregunta a su ayudante.

-          ¿Que encontró?

-          Nada importante inspector. Ropa usada, diarios viejos…

-          ¿Y no encontró nada más?

-          Ah, me olvidaba. En la basura, un bidón de seis litros vacío y compactado.





PERMISO CONDICIONADO (UN CUENTO DE CLAUDIO AMADEO VIGGIANO)

 

Se me concedió yacer aquí, en medio de esta oscuridad absoluta. Misteriosamente también se me concede percibir. Percibir y yacer, yacer y percibir. Y recuerdos que van y vienen.

Allá arriba, veo a mi familia y unos pocos amigos. Se los ve muy tristes, nunca los vi así. Alguno pensará que el próximo turno es el de él.

Apartada del grupo, veo a una mujer sola. Viste de negro, llora desconsoladamente. Pero no conozco a esa mujer. Busco y busco en mis recuerdos, pero nada. Puedo asegurar que no la he visto nunca en mi vida.

Trae en su mano un ramo de flores, y cuando todo el grupo se retira, lo apoya con delicadeza en la losa de mármol.

Al día siguiente se repite la misma escena. Y el siguiente, también. Y el siguiente. Como un ritual. Mi familia y mis amigos ya no vienen, solamente ella, sola, con su ramo.

Día tras día, espero su llegada. Siempre de negro, siempre con un ramo. Que alguien me diga quien es, porque yo no sé. Sin embargo, necesito verla, me reconforta.

No sé cuántos días pasaron, acá la medida del tiempo es muy difusa. Pero un día no vino. Esperé y esperé y rogué para que ese día sea la excepción. Pero ya no la volví a ver. Adonde sea que haya ido, parece que ya nunca más va a volver. Y ese enigma creo que va a durar una eternidad.

Poco a poco comienzan a desvanecerse esas imágenes que tenía de allá arriba.

Ya no se me concede percibir.

Ahora solo se me permite yacer.



ASESINATO EN LA PILETA DE NATACIÓN (UN CUENTO DE CLAUDIO AMADEO VIGGIANO)

 

Jorge, cardiólogo. Un tipo común, con su esposa, sus 2 hijos, su casa y su auto. Y su grupo de amigos.

De lunes a viernes, mucho trabajo, en hospital y consultorios. Los fines de semana, descanso, club, y salidas y encuentros con ese grupo de amigos. También integrado por gente común, como él.

Su deporte favorito era la natación. Pasados los cuarenta, su estado físico era muy bueno, y eso se debía en parte a que nadaba con regularidad.

Con el grupo de amigos, podían encontrarse en el club, donde todos eran socios, o en alguna cena. No es que Jorge o su esposa tuvieran una gran amistad con cada uno de ellos, simplemente funcionaban como grupo.

Y dentro del grupo, Carlos, el marido de Graciela. Jorge le tenía particular aversión a Carlos. Lo veía como un tipo cargoso, medio tonto, que se hacía el gracioso contando chistes estúpidos, que siempre pretendía ser el centro de atracción de las reuniones. También le parecía un tipo competitivo y ventajero, de esos que cuando se organiza un asado, y donde todos traen algo para colaborar, el tipo aparece con las manos vacías, o con una botella del vino más berreta.

Particularmente le resultó molesto, que Carlos se apareciera por su consultorio, un día sin avisar. Se anunció con la secretaria como “un amigo de Jorge”, lo cual Jorge entendió que traducido quería decir “no voy a pagar la consulta”, algo muy de Carlos.

Sin embargo, para no crear un conflicto con alguien que él y su esposa veían con frecuencia, prefirió no decir nada y atenderlo. Los síntomas que Carlos le describió, no parecían alentadores. Le dio una orden para un electrocardiograma y una prueba en cinta de correr, y lo citó para la semana siguiente.

Era un jueves, y a la salida del consultorio, pileta. Era un día en el que iba poca gente, no se encontraba con nadie y todo era muy relajado. Nadar, además de ser saludable, le resultaba propicio para pensar y dejar divagar a su mente.

Jorge, mientras nadaba solía verificar sus pulsaciones, cuestión que le era facilitada por el reloj electrónico que estaba a un costado de la pileta. Midiendo el tiempo que tardaba en completar un largo de pileta de 30 metros, armó una tablita que relacionaba la velocidad de nado con las pulsaciones de su corazón. Cosas de cardiólogo, obsesivo con su trabajo.

El regreso de Carlos al consultorio la semana siguiente, con los resultados de los exámenes, demostró que tenía una condición cardíaca muy delicada. Jorge le recetó una medicación y en vez de explayarse mucho sobre lo que estaba viendo en las planillas, prefirió citarlo para la semana que viene. Luego la conversación giró hacia otros temas. El domingo cumplía años Mariano, uno de los hijos de Raúl, y estaba todo el grupo invitado a su casa quinta, con pileta. Quedaron en verse ese día.

A la salida, otro jueves de pileta, y la cabeza se le llenó de números. Pulsaciones, velocidad, cantidad de brazadas por minuto, no había forma de que su mente pudiera dejar de calcular, y eso lo agotó más que el propio ejercicio.

El domingo era un día radiante, todas las familias estaban presentes. Todos llevaron algo para colaborar con el cumpleaños. Todos menos Carlos, obviamente. Sin embargo, la reunión se llevó adelante con cordialidad.

En un momento surgió la idea de una carrera de natación entre papis. Jorge, ahora cuando recuerda aquella tarde, piensa que no fue idea suya, pero no está muy seguro.

Carlos, a pesar de sus problemas cardíacos, competitivo como era, quiso participar. La pileta era grande, 4 carriles, 25 metros, y se decidió hacer un ida y vuelta, 50 metros en total.

A Carlos y Jorge le tocaron carriles contiguos. Ni bien largaron, a Jorge se le volvió a llenar la cabeza de números. Mas bien era un tsunami de números.  Pulsaciones, brazadas, velocidad, distancias, tiempos. Jorge adelante, y Carlos un poco detrás, haciendo un esfuerzo enorme por no perder.

“Tengo que ganar”, estaría pensando Carlos.

“Tiene que estar pasando las 100 pulsaciones” estaría calculando Jorge.

Aceleró un poco más Jorge, aceleró un poco más Carlos.

Cuando Carlos pidió ayuda, naturalmente los primeros auxilios estuvieron a cargo de Jorge. La ambulancia no tardó en llegar, ya que Paula, la dueña de casa, la llamó en cuanto vió los primeros manotazos de Carlos. Pero fue en vano. El paro cardíaco fue letal.

Jorge, cardiólogo. Un tipo obsesivo con su profesión.



LA MUERTE DE YO (UN CUENTO DE CLAUDIO AMADEO VIGGIANO)

 

Era una noche fresca y vagaba lentamente por la calle sin rumbo fijo. Me subí el cuello del abrigo y prendí el último cigarrillo.

De pronto al doblar la esquina, me veo a mí mismo, caminando unos cincuenta metros adelante. ¿Es posible que esa sea mi imagen, pero desfasada en el tiempo? 

La misma ropa, y el cigarrillo por la mitad, como lo tenía, digamos, hacía diez minutos. ¿Cómo fue que desarrollé la propiedad de verme a mí mismo, pero diez minutos antes?

Mi imagen dio vuelta a la esquina, apuré el paso para no perderla. Calculé que podía dar la vuelta a la manzana en diez minutos, aunque no sabía muy bien para qué.

Y mis imágenes, ¿tendrán ellas también la propiedad de verse a sí mismas con esa diferencia de diez minutos? Tuve que apurarme para no perderla de vista, no recordaba haber caminado antes tan rápido. ¿Es que mis imágenes estaban tomando decisiones?

Doblé la esquina y la volví a ver claramente, a unos cuarenta metros, pero vi con sorpresa que había otra imagen más a unos 80 metros. ¿Era la de hace veinte minutos?

Mis imágenes se multiplicaban, y resultaba hipnótico verme a mí mismo tal como se me veía hacia diez minutos, veinte minutos, treinta minutos.

Escuché unos pasos a mis espaldas, me di vuelta y era yo. Pero, ¿era yo el real?, ¿o era una imagen de aquel que venía detrás de mío? ¿Él, provenía de los futuros diez minutos, y yo era el pasado? Detrás de él, ¿venia otro yo de los futuros veinte minutos?

De pronto, las imágenes que tenía por delante se detienen. Se dan vuelta, avanzan lentamente, siento que me perforan con la mirada. Los de atrás, ya los tenía a un paso. Me rodean, ya son diez, veinte, cientos, no podía contarlos. Yo soy yo, y ellos me miran con hostilidad. Su cercanía me quita la respiración, podría empujarlos y salir corriendo, pero ya no tengo fuerzas.

Los peritos no pudieron definir la causa de la muerte, aunque había heridas de todo tipo, principalmente en el cuello. Ningún investigador pudo precisar si hubo uno o varios asesinos, un móvil, y mucho menos, un arma homicida.



MAR PERSONA (UN CUENTO DE CLAUDIO AMADEO VIGGIANO)

 

¿Te enojaste porque hice pis? Me tirabas para arriba y para abajo, y yo no quería admitir que me estaba asustando.

 

Ese día estaba decidido a pasar la rompiente.  En el mar siempre me sentí muy cómodo, no recuerdo haber tenido miedo nunca, ni haber pasado nunca por una situación de riesgo.

 

Trataba de parecer tranquilo cantando canciones que aprendí en el jardín, pero no podía terminar ninguna, porque me llenabas la cara de agua salada.

 

Todo tranquilo, acá, lejos de la costa, lejos de todo. Nado un poco, y si me canso hago la plancha.

 

Eras pícaro y travieso. ¿Tenías muchas ganas de jugar? ¿Cuántos años tenías en ese momento? Allá veo que mi mamá me está haciendo señas.

 

Ya estoy volviendo, siento algo en una pierna, parece un calambre. Y el oleaje cambió, ahora es más violento.

 

Dale, dame una ayudita para salir, y no le cuento nada a mi mamá, no le digo que me hiciste tener un poco de miedo.

 

No hago pie, esto se está poniendo feo. Necesito esa ola salvadora que me arrastre hasta la orilla.

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Es un mar persona, que piensa, siente y tiene recuerdos.  Un poco mejores que los míos, ya que ahora que hago memoria, me salvó la vida dos veces. 



CUATRO AMIGOS EN UN BAR (UN CUENTO DE CLAUDIO AMADEO VIGGIANO)

 

Cuatro amigos en un bar. Uno de ellos cuenta sus intentos para conquistar a una chica.

-          Un día decidí que hablando no iba a llegar a ningún lado, así que me puse a escribir.

-          ¿A escribir qué?

-          No sé, a escribir cosas.

-          ¿A ver?

-          Empecé con un poema, se llama “Lo que somos vos y yo”, y dice así:

 

Somos carne y uña

Tuerca y arandela

Moneda y alcancía

Pan y queso

Pero por sobre todas las cosas

Somos culo y calzón

 

-          ¿Y?

-          Su mirada de hielo lo dijo todo.

-          La verdad es que ese poema es una auténtica mierda.

-          No me di por vencido, este es el segundo intento. Se llama “Historia del joven romántico y de la linda sepulturera”

 

Esa noche fuí a visitar a la linda sepulturera, con un ramo de flores, para decirle cuanto la amaba. Pero la encontré bailando con un esqueleto y haciendo cosas non sanctas con los cadáveres.

-          ¿Esas manecitas, de las que yo estaba enamorado, se ensucian con esos cuerpos putrefactos? le pregunté.

-          Si no te gusta tomatelás, salame, me dijo, que yo entre los muertos, vivo feliz.




 

-          ¿Qué te dijo?

-          Me mandó a la mierda

-          Si, boludo, ¿A qué mina le gusta que le digan que se parece a una sepulturera?

-          Sin embargo, hay que admitir que mejoraste mucho desde el primer intento.

-          Igual lo intenté una vez más. Se llama “La leyenda de la hermosásea”

-          Dale, te escuchamos. 

 

Cierta vez, los Dioses decidieron que querían crear la flor más bella. Entonces la moldearon, con forma de chica, y la llamaron “La Hermosásea”.

Pero descubrieron que la hermosásea llegaba a su máximo esplendor cuando era besada.

Así que, con la misma arcilla, moldearon a “El Besador”, con forma de chico, para que la llene a la hermosásea de besos.

Y todos los días, al caer el sol, se sentaban a admirar la belleza de la hermosásea. Y vieron que lo que habían hecho era bueno, y pudieron descansar.

 

-          El estilo bíblico atrasa dos mil años. Literal

-          A mí si alguien me lee eso, le entrego el culo inmediatamente.

-          Pero, ¿qué te dijo?

-          ¡Machista hijo de puta! ¿Qué te crees? ¿Que necesito de tus besos?



ENTRE HIPÓLITO Y BARTOLOMÉ (UN CUENTO DE CLAUDIO AMADEO VIGGIANO)

     -          Bueno, Bartolomé, se está por cortar, estoy en un teléfono público ¿nos encontramos en                         Rivarola y Callao?

-          ¿Rivarola? ¿Cuál es Rivarola?

-          ¡Rivarola, che! Rivarola y Callao, en Congreso.

-          ¡Ah! Rivadavia querrás decir, Hipólito, Rivadavia y Callao.

-          ¡Bueno, eso! Nos encontramos ahí en media hora.

 

 

-          ¡Hipólito! ¿Cómo andás? ¿Qué pedís? ¿Café? ¡Mozo, dos cafés!

-          ¿Qué tal Bartolomé? ¿Sabés? Casi me peleo con el chofer del treinta y siete, le pido uno hasta Rivarola y me dice que esa calle no la conoce.

-          ¡Y claro gil! ¿Otra vez te confundiste? Estamos en Rivadavia. Ri-va-da-via.

-          ¡Tenés razón! ¿Sabés que siempre me pasa lo mismo? Cada vez que tengo que decir Riva…, bueno, eso, digo Rivarola.

-          Bue, ¿y en lo demás como andás?

-          Mirá, Bartolomé, ando enloquecido con esto del comienzo de las clases, comprándole los útiles a los chicos. Casualmente vengo de comprar unos cuadernos que conseguí en oferta, mirá, los repuestos Rivarola.

-          Rivadavia, Hipólito, Rivadavia.

-          Ah, sí Y también conseguí en oferta los guardapolvos, en un negocio en Flores, a la altura de Rivarola al seis mil.

-          Pero, puta, ¿Otra vez? Ya te dije que no es Rivadavia, sino Rivarola. Quiero decir ¡al revés! ¡ya me estas volviendo loco!

-          Bueno, cambiemos de tema ¿Te enteraste de las nuevas medidas económicas?

-          Siii, no me hablés.

-          Yo me enteré hoy, mirá estaba escuchando radio Rivarola, y de repente…

-          ¡RIVADAVIA! ¡che! ¿La querés cortar con Rivarola?

-          Bueno, che, no grites. La verdad es que siempre tuve un problema bárbaro con eso.

-          Y ¡pero claro che! Es una cosa muy irritante que permanentemente digas Rivarola en vez de Rivadavia.

-          ¿Sabés que quilombo cuando era chiquito y en el colegio tenía que hablar del primer presidente en la clase de historia?

-          Me imagino…

-          Pero la peor que me pasó con eso fue una vez cuando era pibe que me levanté una mina. Era un infierno la mina, la mejor mina que me levanté en mi vida. Era del interior la piba, no conocía mucho y yo como un boludo la cité en la esquina de Rivarola y Boedo.

-          ¡Qué boludo!

-          Todavía la debe estar buscando ¡Que fuerte que estaba!

-          Hipólito, tenés que tratar de hacer algo con eso, no puede ser que siempre te confundas con lo mismo.

-          Si, tenés razón Bartolomé, esto que tengo ya es un problema grave, pero no te preocupes, ya se me va a ocurrir algo para solucionarlo.

-          Bueno, che, me tengo que ir ahora. Mañana voy a andar por la zona de Once ¿nos encontramos a esta hora más o menos?

-          Si, encontrémonos en el bar de Rivarola y Jujuy.

-          ¡RIVADAVIA! Hipólito, …bueno, chau, ´ta mañana.

 

 

 

-          ¡Hipólito! ¡lo que acabo de ver mientras viajaba en colectivo es absolutamente increíble!

-          ¿Qué?

-          No lo puedo creer, mira. Vengo en el 132 y vos sabes que todos los letreros indicadores de calles entre Carabobo y Primera Junta, pero todos ¿eh?, ¡dicen Rivarola en vez de Rivadavia!

-          Bueno, vos no lo pudiste ver porque el 132 después agarra Rosario, pero pasa lo mismo con todos los letreros entre Primera Junta y el Bajo.

-          ¿Cómo? ¿Ya sabías?

-          Y también entre Carabobo y la General Paz. No hice a tiempo a hacer Provincia, Rivarola y la Segunda Rivarola.

-          ¿No hiciste tiempo a hacer qué?

 

(Interrumpe el mozo)

 

-          Muchachos, ¿vieron el quilombo que se armó con eso de Rivadavia y Rivarola? La radio y la televisión no hablan de otra cosa.

-          Si, José…este… ¿nos traes dos cafés?

 

(Bartolomé termina de decir esto y se queda mirando fijamente a Hipólito)

 

-          No me digas que vos…

-          Mira, Bartolomé, ya no aguantaba más. Tenia que tomar una determinación. Agarré la otra noche, contraté una cuadrilla de letristas y le cambié el nombre a todos los letreros de la Capital Federal. Y se terminó mi problema.

-          ¡Lo que hiciste es una barbaridad!

-          Pero se acabaron las confusiones para mí.

-          ¿Vos te crees? ¿En serio te crees que…? Rivadavia no va a dejar de llamarse Rivadavia porque a vos se te ocurra ¿eh? La Municipalidad va a repintar todos los carteles y vos vas a seguir con tu mismo problema.

-          Si, pero hasta que eso pase a lo mejor la gente se empieza a acostumbrar a llamar a esa calle Rivarola. Y el uso y la costumbre van a hacer que, cuando menos, cuando yo diga Rivarola nadie me mire con cara rara.

-          Hipólito ¡estas loco!

 

 

-          Hipólito, te tengo que felicitar, che, sinceramente. Tu tozudez pudo más que todo.  Estoy leyendo acá en el diario, está toda la historia… “se estableció hoy el cambio de nombre de la Avenida Rivadavia”… “durante años se conoció con dicho nombre”… “a partir de hoy se llamara Rivarola”… “no se conoce aún la identidad del misterioso letrista nocturno”… “antes de afrontar el costo de repintar los letreros se prefirió cambiar el nombre, ya que últimamente el nombre de Rivarola se había hecho muy popular entre la gente y los medios de difusión”…, bueno, de hecho eso es así ¿eh?, yo no conozco a nadie que todavía diga Rivadavia. (Mirando el reloj) ¡uy, se me hizo tarde! Bueno, Hipólito, te felicito por última vez.

-          Gracias.

-          ¿Qué programa tenés para mañana? ¿Nos encontramos a tomar un café?

-          Bueno, ¿Qué te parece el “Café de los Angelitos”?

-          Bárbaro, ¿Dónde queda?

-          En Rivadavia y Rincón.

-          ¡RIVAROLA!, Hipólito, ¡RI-VA-RO-LA!    




DE CÓMO EL JOVEN TIMORATO WALTER SE CONVIRTIÓ DE LA NOCHE A LA MAÑANA EN UNA ESPECIE DE HÉROE NACIONAL (UN CUENTO DE CLAUDIO AMADEO VIGGIANO)

 

El acontecimiento del año era la creación de un peculiar diseño de avión ultraliviano construido con cañas de bambú. Su concepción de vanguardia le permitía alojar la increíble cantidad de treinta pasajeros y volar a dos mil metros de altura.

Para el día de la inauguración se programó un vuelo especial por las afueras de la ciudad con pasajeros especialmente invitados: políticos, artistas, intelectuales, deportistas, periodistas, ingenieros aeronáuticos, jerarcas de la fuerza aérea, etc.

Por error le llegó una invitación a un joven timorato llamado Walter, totalmente ajeno al mundo de la aeronáutica, totalmente desconocido, de escasa luces y sin la más puta idea ni de lo que era una rosa de los vientos, por ejemplo.

Walter, que además era muy tímido y poco agraciado, no podía participar en las conversaciones que sostenían los ilustres pasajeros, que empezaban a mirarlo con desdén.

Cuestiones como la relación peso – potencia, las causas de la turbulencia en las cercanías de Tahití, los problemas de congestionamiento del aeropuerto de Baden Baden, le eran tan ajenos a Walter como el comentario de aquella modelo: “¡Que lindo se ve el Hotel Alvear desde acá!”

Sin embargo, cuando empezó a fallar el motor, el piloto y todos aquellos pasajeros se quedaron petrificados en sus asientos esperando mansamente la muerte.

Solamente Walter, haciendo gala de un valor inusitado, dio un par de zancadas y se puso al mando del timón, y en forma manual y totalmente intuitiva, condujo al ultraliviano con sus ilustres treinta pasajeros a través de distintas corrientes de aire hasta llegar (sin ayuda de brújula o cualquier otra clase de instrumento) al aeropuerto de Don Torcuato.

El aterrizaje fue un poco áspero, incluso chocó en las inmediaciones de la pista con un auto, propiedad de uno de los cuidadores del aeropuerto, pero por tratarse de un novato se trataba de toda una hazaña. De la noche a la mañana Walter se convirtió en una especie de héroe nacional.

En un salón del aeropuerto lo esperaban cientos de periodistas y se improvisó una conferencia de prensa.

-          Walter. ¿Qué pensaste cuando empezó a fallar el motor?

-          Es el chicler de baja.

-          ¿Tenías a alguna experiencia anterior volando?

-          Leí “Cinco semanas en globo” de Julio Verne.

-          ¿Le tenés miedo a la muerte?

-          No

-          ¿A qué le tenés miedo?

-          A planear

-          ¿Te felicitaron los demás pasajeros?

-          No, me insultaron por el aterrizaje forzoso, el dueño del auto me hace juicio, el sindicato de trabajadores del aeroplano me amenazó de muerte por sacarles el trabajo, y Policía Federal me multó porque andaba mal el freno de mano.

-          ¿Recibiste un telegrama de felicitación del Presidente?

-          Si

-          ¿Que más te dice?

-          Me pide que lo invite a volar el fin de semana que viene. 

De pronto los treinta ilustres pasajeros y el mundo descubrieron que Walter, además de su gran coraje tenía una gran inteligencia, hacía gala de un finísimo sentido del humor y algunos hasta sugirieron que podía llegar a convertirse en un nuevo sex symbol. 

El resultado de todo esto fue un millonario contrato con un canal de televisión para participar en un programa semanal.

Ahora su imagen era pública y notoria y los periodistas permanentemente querían reportearlo. 

-          Walter, ahora que sos famoso, cual es tu máxima aspiración?

-          Doscientos centímetros cúbicos de aire. Después los exhalo. 

El humor nacido aquella gloriosa tarde siguió vivo para siempre.