-
El asesinato perfecto no existe.
Félix soltó esta
frase así, de la nada, y se quedó mirando a Alfonso, como interrogándolo.
Los dos vecinos,
ambos septuagenarios, se juntaban casi diariamente desde hacía unos cuantos
años a jugar al ajedrez, a las cartas, o simplemente a charlar, sobre todo de
un tema que apasionaba a los dos: las noticias policiales.
-
Jaque, dijo Alfonso. ¿Otro café?
-
No, prefiero un vaso de agua,
¿puede ser?, respondió Félix saliendo del jaque.
-
Sí, tengo que abrir otro bidón,
y pasar un poco de agua a la botella.
-
No entiendo porque usas esos bidones
de seis litros tan pesados y tan incómodos. Yo prefiero comprar directamente la
botella. Pero no me cambies de tema, no me respondiste lo del asesinato
perfecto.
-
Seis litros son seis kilos, ¿es
así?, pensó en voz alta Alfonso.
-
Si, ¿y entonces?
-
Ahí tenes el asesinato
perfecto, un golpe en la cabeza con una masa de seis kilos, seguramente sea
mortal.
-
No le veo nada de perfecto. En
cuanto la policía analice ese bidón, se terminó el caso, razono Félix.
-
El bidón se vacía y se
compacta. Desaparece el arma homicida. ¿Se entiende ahora? Jaque mate.
-
Bueno, ya me tengo que ir.
Espero no haberte dado ideas.
-
Y yo a vos tampoco, Félix. Seguí
con tus botellas.
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¿Pero vos no
sos Antonia, la hija de Alfonso?
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Si, Don
Alberto. Vengo a limpiar un poco el departamento y ver si lo puedo poner en
venta. Voy a llevar algunas cosas de limpieza
Don Alberto sale del mostrador y abraza a Antonia.
-
Mi más
sentido pésame. Acá en el barrio nos enteramos de todo. Vino la policía y habló
con todo el mundo. Nadie entendía muy bien como se había dado semejante golpe
en la cabeza, o si alguien entró al departamento y lo golpeó. Me imagino como
te debes sentir.
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Devastada.
Espero que la policía encuentre algo.
-
También
estaba destruido Félix. Tan apesadumbrado estaba de perder a su compañero de
tantos años, que dijo que no podía vivir más acá. Él alquilaba, rescindió el
contrato con la dueña, y se mudó, pero nadie sabe muy bien a donde. Eran amigos
íntimos y se querían mucho.
-
No tanto, Don
Alberto. Félix no lo quería mucho a mi papá. Hubo un problema de polleras
cuando eran jóvenes. Y el problema fue precisamente ¡mi mamá! Me lo contó ella,
antes de morir.
-
¿Qué? No sabía nada de eso. Aunque
siempre fue un tipo raro ese Félix, como todo solterón. Me hacía un escándalo
cuando no tenía reposición de botellas de agua, porque no quería llevar
bidones, decía que eran pesados e incómodos, prefería quedarse sin agua. Pero
un día, de la noche a la mañana, dejó de llevar botellas y, al revés, se
enojaba si no tenía bidones en las góndolas.
-
Tampoco entendí nunca, Don
Alberto, como es que llegaron a ser vecinos, después de que mi papá enviudó, ya que
habían dejado de verse por un tiempo largo.
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El inspector y
su ayudante, eran dos policías salidos de una película, tal cual uno se los
imagina, con piloto, una libreta de anotaciones, y metiéndose en todos lados.
Solo les faltaba el sombrero.
Hicieron
preguntas en todo el barrio y en el almacén. Revisaron el edificio completo y
el departamento de Alfonso en particular.
Hacia el final
del día pudieron revisar también el departamento de Félix, ya que tuvieron que
esperar que venga la propietaria con las llaves.
El inspector le
pregunta a su ayudante.
-
¿Que encontró?
-
Nada importante inspector. Ropa
usada, diarios viejos…
-
¿Y no
encontró nada más?
-
Ah, me
olvidaba. En la basura, un bidón de seis litros vacío y compactado.
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