lunes, 30 de junio de 2025

EL BIDÓN (UN CUENTO DE CLAUDIO AMADEO VIGGIANO)

-          El asesinato perfecto no existe.

Félix soltó esta frase así, de la nada, y se quedó mirando a Alfonso, como interrogándolo.

Los dos vecinos, ambos septuagenarios, se juntaban casi diariamente desde hacía unos cuantos años a jugar al ajedrez, a las cartas, o simplemente a charlar, sobre todo de un tema que apasionaba a los dos: las noticias policiales.

-          Jaque, dijo Alfonso. ¿Otro café?

-          No, prefiero un vaso de agua, ¿puede ser?, respondió Félix saliendo del jaque.

-          Sí, tengo que abrir otro bidón, y pasar un poco de agua a la botella.

-          No entiendo porque usas esos bidones de seis litros tan pesados y tan incómodos. Yo prefiero comprar directamente la botella. Pero no me cambies de tema, no me respondiste lo del asesinato perfecto.

-          Seis litros son seis kilos, ¿es así?, pensó en voz alta Alfonso.

-          Si, ¿y entonces?

-          Ahí tenes el asesinato perfecto, un golpe en la cabeza con una masa de seis kilos, seguramente sea mortal.

-          No le veo nada de perfecto. En cuanto la policía analice ese bidón, se terminó el caso, razono Félix.

-          El bidón se vacía y se compacta. Desaparece el arma homicida. ¿Se entiende ahora? Jaque mate.

-          Bueno, ya me tengo que ir. Espero no haberte dado ideas.

-          Y yo a vos tampoco, Félix. Seguí con tus botellas.

 

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-          ¿Pero vos no sos Antonia, la hija de Alfonso?

-          Si, Don Alberto. Vengo a limpiar un poco el departamento y ver si lo puedo poner en venta. Voy a llevar algunas cosas de limpieza

Don Alberto sale del mostrador y abraza a Antonia.

-          Mi más sentido pésame. Acá en el barrio nos enteramos de todo. Vino la policía y habló con todo el mundo. Nadie entendía muy bien como se había dado semejante golpe en la cabeza, o si alguien entró al departamento y lo golpeó. Me imagino como te debes sentir.

-          Devastada. Espero que la policía encuentre algo.

-          También estaba destruido Félix. Tan apesadumbrado estaba de perder a su compañero de tantos años, que dijo que no podía vivir más acá. Él alquilaba, rescindió el contrato con la dueña, y se mudó, pero nadie sabe muy bien a donde. Eran amigos íntimos y se querían mucho.

-          No tanto, Don Alberto. Félix no lo quería mucho a mi papá. Hubo un problema de polleras cuando eran jóvenes. Y el problema fue precisamente ¡mi mamá! Me lo contó ella, antes de morir.  

-          ¿Qué? No sabía nada de eso. Aunque siempre fue un tipo raro ese Félix, como todo solterón. Me hacía un escándalo cuando no tenía reposición de botellas de agua, porque no quería llevar bidones, decía que eran pesados e incómodos, prefería quedarse sin agua. Pero un día, de la noche a la mañana, dejó de llevar botellas y, al revés, se enojaba si no tenía bidones en las góndolas.

-          Tampoco entendí nunca, Don Alberto, como es que llegaron a ser vecinos, después de que mi papá enviudó, ya que habían dejado de verse por un tiempo largo.

 

 

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El inspector y su ayudante, eran dos policías salidos de una película, tal cual uno se los imagina, con piloto, una libreta de anotaciones, y metiéndose en todos lados. Solo les faltaba el sombrero.

Hicieron preguntas en todo el barrio y en el almacén. Revisaron el edificio completo y el departamento de Alfonso en particular.

Hacia el final del día pudieron revisar también el departamento de Félix, ya que tuvieron que esperar que venga la propietaria con las llaves.

El inspector le pregunta a su ayudante.

-          ¿Que encontró?

-          Nada importante inspector. Ropa usada, diarios viejos…

-          ¿Y no encontró nada más?

-          Ah, me olvidaba. En la basura, un bidón de seis litros vacío y compactado.





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