Se me concedió yacer aquí, en medio de esta oscuridad absoluta.
Misteriosamente también se me concede percibir. Percibir y yacer, yacer y
percibir. Y recuerdos que van y vienen.
Allá arriba, veo a mi familia y unos pocos amigos. Se los ve muy tristes,
nunca los vi así. Alguno pensará que el próximo turno es el de él.
Apartada del grupo, veo a una mujer sola. Viste de negro, llora desconsoladamente.
Pero no conozco a esa mujer. Busco y busco en mis recuerdos, pero nada. Puedo
asegurar que no la he visto nunca en mi vida.
Trae en su mano un ramo de flores, y cuando todo el grupo se retira, lo
apoya con delicadeza en la losa de mármol.
Al día siguiente se repite la misma escena. Y el siguiente, también. Y el
siguiente. Como un ritual. Mi familia y mis amigos ya no vienen, solamente
ella, sola, con su ramo.
Día tras día, espero su llegada. Siempre de negro, siempre con un ramo. Que
alguien me diga quien es, porque yo no sé. Sin embargo, necesito verla, me reconforta.
No sé cuántos días pasaron, acá la medida del tiempo es muy difusa. Pero un
día no vino. Esperé y esperé y rogué para que ese día sea la excepción. Pero ya
no la volví a ver. Adonde sea que haya ido, parece que ya nunca más va a
volver. Y ese enigma creo que va a durar una eternidad.
Poco a poco comienzan a desvanecerse esas imágenes que tenía de allá arriba.
Ya no se me concede percibir.
Ahora solo se me permite yacer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario