El acontecimiento del año era la creación de un
peculiar diseño de avión ultraliviano construido con cañas de bambú. Su
concepción de vanguardia le permitía alojar la increíble cantidad de treinta
pasajeros y volar a dos mil metros de altura.
Para el día de la inauguración se programó un
vuelo especial por las afueras de la ciudad con pasajeros especialmente
invitados: políticos, artistas, intelectuales, deportistas, periodistas,
ingenieros aeronáuticos, jerarcas de la fuerza aérea, etc.
Por error le llegó una invitación a un joven
timorato llamado Walter, totalmente ajeno al mundo de la aeronáutica,
totalmente desconocido, de escasa luces y sin la más puta idea ni de lo que era
una rosa de los vientos, por ejemplo.
Walter, que además era muy tímido y poco
agraciado, no podía participar en las conversaciones que sostenían los ilustres
pasajeros, que empezaban a mirarlo con desdén.
Cuestiones como la relación peso – potencia,
las causas de la turbulencia en las cercanías de Tahití, los problemas de
congestionamiento del aeropuerto de Baden Baden, le eran tan ajenos a Walter
como el comentario de aquella modelo: “¡Que lindo se ve el Hotel Alvear desde
acá!”
Sin embargo, cuando empezó a fallar el motor,
el piloto y todos aquellos pasajeros se quedaron petrificados en sus asientos
esperando mansamente la muerte.
Solamente Walter, haciendo gala de un valor
inusitado, dio un par de zancadas y se puso al mando del timón, y en forma
manual y totalmente intuitiva, condujo al ultraliviano con sus ilustres treinta
pasajeros a través de distintas corrientes de aire hasta llegar (sin ayuda de
brújula o cualquier otra clase de instrumento) al aeropuerto de Don Torcuato.
El aterrizaje fue un poco áspero, incluso chocó
en las inmediaciones de la pista con un auto, propiedad de uno de los
cuidadores del aeropuerto, pero por tratarse de un novato se trataba de toda
una hazaña. De la noche a la mañana Walter se convirtió en una especie de héroe
nacional.
En un salón del aeropuerto lo esperaban cientos
de periodistas y se improvisó una conferencia de prensa.
-
Walter.
¿Qué pensaste cuando empezó a fallar el motor?
-
Es
el chicler de baja.
-
¿Tenías
a alguna experiencia anterior volando?
-
Leí
“Cinco semanas en globo” de Julio Verne.
-
¿Le
tenés miedo a la muerte?
-
No
-
¿A
qué le tenés miedo?
-
A
planear
-
¿Te
felicitaron los demás pasajeros?
-
No,
me insultaron por el aterrizaje forzoso, el dueño del auto me hace juicio, el
sindicato de trabajadores del aeroplano me amenazó de muerte por sacarles el
trabajo, y Policía Federal me multó porque andaba mal el freno de mano.
-
¿Recibiste
un telegrama de felicitación del Presidente?
-
Si
-
¿Que
más te dice?
- Me pide que lo invite a volar el fin de semana que viene.
De pronto los treinta ilustres pasajeros y el mundo descubrieron que Walter, además de su gran coraje tenía una gran inteligencia, hacía gala de un finísimo sentido del humor y algunos hasta sugirieron que podía llegar a convertirse en un nuevo sex symbol.
El resultado de todo esto fue un millonario
contrato con un canal de televisión para participar en un programa semanal.
Ahora su imagen era pública y notoria y los periodistas permanentemente querían reportearlo.
-
Walter,
ahora que sos famoso, cual es tu máxima aspiración?
- Doscientos centímetros cúbicos de aire. Después los exhalo.
El humor nacido aquella gloriosa tarde siguió
vivo para siempre.
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