Jorge, cardiólogo. Un tipo común, con su esposa, sus 2 hijos, su casa y su
auto. Y su grupo de amigos.
De lunes a viernes, mucho trabajo, en hospital y consultorios. Los fines de
semana, descanso, club, y salidas y encuentros con ese grupo de amigos. También
integrado por gente común, como él.
Su deporte favorito era la natación. Pasados los cuarenta, su estado físico
era muy bueno, y eso se debía en parte a que nadaba con regularidad.
Con el grupo de amigos, podían encontrarse en el club, donde todos eran
socios, o en alguna cena. No es que Jorge o su esposa tuvieran una gran amistad
con cada uno de ellos, simplemente funcionaban como grupo.
Y dentro del grupo, Carlos, el marido de Graciela. Jorge le tenía particular
aversión a Carlos. Lo veía como un tipo cargoso, medio tonto, que se hacía el
gracioso contando chistes estúpidos, que siempre pretendía ser el centro de
atracción de las reuniones. También le parecía un tipo competitivo y ventajero,
de esos que cuando se organiza un asado, y donde todos traen algo para
colaborar, el tipo aparece con las manos vacías, o con una botella del vino más
berreta.
Particularmente le resultó molesto, que Carlos se apareciera por su
consultorio, un día sin avisar. Se anunció con la secretaria como “un amigo de
Jorge”, lo cual Jorge entendió que traducido quería decir “no voy a pagar la
consulta”, algo muy de Carlos.
Sin embargo, para no crear un conflicto con alguien que él y su esposa
veían con frecuencia, prefirió no decir nada y atenderlo. Los síntomas que
Carlos le describió, no parecían alentadores. Le dio una orden para un
electrocardiograma y una prueba en cinta de correr, y lo citó para la semana
siguiente.
Era un jueves, y a la salida del consultorio, pileta. Era un día en el que
iba poca gente, no se encontraba con nadie y todo era muy relajado. Nadar,
además de ser saludable, le resultaba propicio para pensar y dejar divagar a su
mente.
Jorge, mientras nadaba solía verificar sus pulsaciones, cuestión que le era
facilitada por el reloj electrónico que estaba a un costado de la pileta.
Midiendo el tiempo que tardaba en completar un largo de pileta de 30 metros,
armó una tablita que relacionaba la velocidad de nado con las pulsaciones de su
corazón. Cosas de cardiólogo, obsesivo con su trabajo.
El regreso de Carlos al consultorio la semana siguiente, con los resultados
de los exámenes, demostró que tenía una condición cardíaca muy delicada. Jorge
le recetó una medicación y en vez de explayarse mucho sobre lo que estaba
viendo en las planillas, prefirió citarlo para la semana que viene. Luego la
conversación giró hacia otros temas. El domingo cumplía años Mariano, uno de
los hijos de Raúl, y estaba todo el grupo invitado a su casa quinta, con
pileta. Quedaron en verse ese día.
A la salida, otro jueves de pileta, y la cabeza se le llenó de números.
Pulsaciones, velocidad, cantidad de brazadas por minuto, no había forma de que
su mente pueda dejar de calcular, y eso lo agotó más que el propio ejercicio.
El domingo era un día radiante, todas las familias estaban presentes. Todos
llevaron algo para colaborar con el cumpleaños. Todos menos Carlos, obviamente.
Sin embargo, la reunión se llevó adelante con cordialidad.
En un momento surgió la idea de una carrera de natación entre papis. Jorge,
ahora cuando recuerda aquella tarde, piensa que no fue idea suya, pero no está
muy seguro.
Carlos, a pesar de sus problemas cardíacos, competitivo como era, quiso
participar. La pileta era grande, 4 carriles, 25 metros, y se decidió hacer un
ida y vuelta, 50 metros en total.
A Carlos y Jorge le tocaron carriles contiguos. Ni bien largaron, a Jorge
se le volvió a llenar la cabeza de números. Mas bien era un tsunami de números.
Pulsaciones, brazadas, velocidad,
distancias, tiempos. Jorge adelante, y Carlos un poco detrás, haciendo un
esfuerzo enorme por no perder.
“Tengo que ganar”, estaría pensando Carlos.
“Tiene que estar pasando las 100 pulsaciones” estaría calculando Jorge.
Aceleró un poco más Jorge, aceleró un poco más Carlos.
Cuando Carlos pidió ayuda, naturalmente los primeros auxilios estuvieron a
cargo de Jorge. La ambulancia no tardó en llegar, ya que Paula, la dueña de
casa, la llamó en cuanto vio los primeros manotazos de Carlos. Pero fue en
vano. El paro cardíaco fue letal.
Jorge, cardiólogo. Un tipo obsesivo con su profesión.
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